Capítulo 46. El fuego del paraíso
Durante toda la semana, los días transcurrieron del mismo modo.
Desayunaban por separado, cada uno en su dormitorio.
Ámbar visitaba como todas las mañanas, a su madre, que avanzaba increíblemente en su mejoría, mientras ambas caminaban y conversaban por los pasillos del hospital.
Luego almorzaba casi siempre sola en algún restaurante pequeño fuera de la mansión donde todo olía a él. A veces, si es que su madre no necesitaba descansar luego de sus ejercicios, comía con ella para no sentirse tan abandonada, y después regresaba a la casa, estudiaba, trabajaba, bailaba en el salón con más ahínco que nunca, mientras su cuerpo recordaba cada increíble sensación provocada por Marco.
Bailaba, melodía tras melodía, hasta que terminaba agotada y abrumadoramente excitada, regresaba a su habitación, húmeda, se daba un baño, y esperaba que Julia trajera la cena mientras leía un libro.
A veces sentía que la singular empleada la miraba con pena.
No se había cruzado con Marco, y aunque le dolía, ta