Capítulo 16. Ojos de turmalina paraíba
Marco estaba sentado cómodamente en una elegante mesa, dentro de un comedor que Ámbar no conocía. Estaba tenuemente iluminado, y el ambiente era mucho más íntimo, y romántico, aunque para nada cargado. Seguía el código de sobriedad de toda la mansión, lo que parecía el sello inconfundible del gran Marco Rizzo.
-Ámbar, qué bueno que viniste. Toma asiento a mi lado.
Los ojos dorados de Marco brillaban increíblemente. Otra vez parecía un ave de presa que podría comérsela de un bocado. Y esa sensación ya no le daba tanto miedo a ella. Deseaba dejarse devorar, pero la torturaba la culpa, y los sentimientos confusos que tenía.
Se sentó a su lado, e inmediatamente los empleados sirvieron la comida y desaparecieron. Él sirvió dos copas de vino y esperó su reacción.
Cuando Ámbar miró el plato, se dio cuenta por qué la miraba. En frente de ella se desplegaba su plato favorito, sin rimbombantes sofisticaciones: spaghetti con salsa bolognesa y parmesano. Aunque por supuesto no se veía como el que