A Leevanna le gusta pintar.
O al menos le han dicho que es buena en eso.
Era miércoles, casi las nueve de la mañana, y su lienzo seguía intacto. Lo miraba fijamente, el espacio negro de su mente se apoderaba de ella. Y no puede hacer nada al respecto.
No sabe qué hacer.
Ella tiene muchos sentimientos en este momento, sentimientos encontrados.
Todos a su alrededor estaban pintando, riendo y charlando.
Había mucho ruido.
—Oye.
Hay una voz.
Pero no puede salir.
Hay mucho blanco a su alrededor.
—Eres Leevanna Vaughan, ¿verdad?
Ella asiente, una vez, lentamente. Intenta volver a la realidad.
El espacio en blanco es algo que no le gusta. La consume entera, desde adentro. Se siente paralizada. El veneno le subía por la espalda y le pudriría la sangre.
Oye más voces a su alrededor cuando el aire empieza a ser insuficiente para respirar. El mundo empieza a girar. El equilibrio no es más que un recuerdo. No puede entender lo que le está pasando. No puede concentrarse porque la silla en la que e