C254: Su libertad.
Había transcurrido cerca de una semana desde aquella noche. Reinhardt no era un hombre que creyera en el descanso o en la redención, pero incluso él sabía que había cosas que debían desaparecer para siempre.
Por eso, cuando todo terminó, cuando el último disparo dejó de resonar en las paredes subterráneas de aquel infierno, tomó una decisión definitiva: esa casa debía arder. No debía quedar rastro alguno del horror que allí se había consumado.
Ordenó a sus hombres que lo prepararan todo. Rociaron los pasillos, los sótanos, las habitaciones con gasolina y aceite quemado, bidones enteros, sin escatimar. El hedor era asfixiante, pero no se podía perder tiempo. Reinhardt sabía que no quedaban muchas horas antes de que alguien del exterior, un vecino distante o un vagabundo alerta, denunciara a las autoridades los ruidos ensordecedores de bombas y disparos. Aunque la mayoría del combate había sucedido bajo tierra, era absurdo pensar que el caos hubiera pasado desapercibido. Tarde o tempran