Jordan sintió cómo las palabras le subían por la garganta. Aunque dudó y quiso permanecer en silencio, algo más fuerte la impulsó a hablar.—Reinhardt, yo...Pero no pudo terminar.—Cállate —la voz grave de él la atravesó antes, autoritaria.No necesitó gritar. No necesitó levantar siquiera el tono. Aquella orden, dicha en un tono bajo y frío, cayó sobre Jordan como una sentencia inapelable, cerrándole la boca antes de que pudiera siquiera formar otra sílaba.Por instinto, ella obedeció. No reclamó. No discutió. No desafió. Bajó levemente la vista, sin poder sostenerle los ojos más allá de unos segundos. Todo su cuerpo se puso rígido, como si fuera una presa acorralada.Reinhardt no le dio espacio para hablar. No quería escucharla. No todavía.—¿Te divertiste? —preguntó de repente, sin levantar la voz, pero haciéndola retumbar en el pecho de Jordan—. ¿Te divertiste disfrazándote de hombre y tomando el papel de inocente campesino?Jordan apretó los puños contra su costado. No se atreví
Jordan, temblando, levantó sus manos despacio y atrapó la muñeca de Reinhardt, la misma con la que sostenía brutalmente su mandíbula. No intentó apartarla, pues de todos modos no lo lograría. Solo la sostuvo allí, como un gesto pequeño, frágil, casi suplicante.Pero Reinhardt no se inmutó.—Aunque es absurdo que te lo pregunte... —gruñó él—. Sé perfectamente por qué decidiste engañarme. Lo hiciste para huir de Zaid. Te disfrazaste para desaparecer de su radar, para que no pudiera encontrarte. Y también sé que él tenía razón cuando dijo que tú me buscaste. Que sabías que éramos enemigos, y por eso decidiste que querías mi protección. Entonces, lo que hiciste aquella noche en el muelle, salvarme la vida, fue parte de tu maldito plan.Jordan quiso negar, quiso gritar que no, pero su garganta no emitió sonido alguno. La presión emocional era demasiado aplastante.—Todo lo planeaste —refunfuñó Reinhardt—. Llegaste a mi cabaret, a mi vida, presentándote como si no recordaras absolutamente n
—Lograste que hiciera el ridículo delante de ti —siguió Reinhardt—. No tienes idea de lo patético que me siento en este momento.Sus palabras quedaron flotando entre ambos, como cenizas después de un incendio devastador.Las lágrimas finalmente resbalaron por las mejillas de Jordan, silenciosas, quemándole la piel como ácido, y sus ojos temblaban mientras trataba de hablar pese a la presión firme de la mano de Reinhardt sobre su mandíbula.—Por favor... —suplicó, con la voz quebrada, luchando por hacerse escuchar—. Por favor, hablemos... Reinhardt, escúchame... —jadeó con dificultad—. Las cosas no fueron así... Escúchame, por favor... —cerró los ojos un segundo, tragándose el nudo en la garganta—. Yo iba a decírtelo... cuando estuvimos en la granja... iba a contártelo todo... Iba a decirte toda la verdad.—¿Ah, sí? —espetó él con sarcasmo—. ¿Eso era lo que pensabas decirme? ¿Y qué pasó, entonces, con todas las otras veces que tuviste la oportunidad de confesarlo y no lo hiciste?Jorda
Jordan se frotó la mandíbula, recuperando el aire poco a poco. No es que Reinhardt la hubiese asfixiado, pero la forma en que la había sujetado le robó el aliento. Se incorporó despacio, mirándolo con los labios entreabiertos, como si buscara palabras que pudieran atravesar el muro que ahora se levantaba entre ambos.—Reinhardt —pronunció—. Estás equivocado. Es verdad que mentí sobre mi nombre... sobre mi género. Pero no mentí sobre quién soy. No inventé un personaje. No fingí una máscara como dices. Yo... fui siempre quien soy.Su cuerpo seguía temblando ligeramente, pero no se echó para atrás. No se acobardó.—Actué como he sido toda mi vida. Dije lo que pensaba. Hice lo que creí correcto. Cada palabra, cada acción, cada sentimiento hacia ti... fue real. Me enamoré de ti, Reinhardt. Te amé sin disfraz. Sin mentiras.Un destello casi imperceptible cruzó los ojos de Reinhardt y un tic involuntario se hizo presente en la comisura de su párpado, apenas un segundo. Además, una punzada ag
Jordan no se echó para atrás. No bajó la mirada. Su voz, aunque rota por momentos, resonó decidido entre ellos.—Reinhardt... —lo llamó, suavemente, aunque por dentro sentía que se desgarraba—. Entiendo que estés enojado, pero no voy a aceptar que digas que mis sentimientos son una farsa. No voy a aceptar que creas que yo planeé todo esto. Ni siquiera me tenía tanta fe. ¿De verdad crees que yo estaría tan confiada de que tú te fijarías en mí? Tienes a tantas mujeres hermosas desfilando a tu alrededor... ¿De verdad crees que yo pensaba que... que con esta ropa de campesino, con este corte mal hecho... ¿De verdad crees que yo pensaba que destacaría para ti?Se llevó una mano temblorosa al pelo, casi con desprecio hacia sí misma.—Tan solo mira a Simone. Mírala. Es hermosa. Luego, mírame a mí, Reinhardt. Comparada con ella, yo no tengo absolutamente nada que llame tu atención. ¿De verdad crees que yo daba por hecho que tú me elegirías? ¿Que mi supuesto "plan" funcionaría a la perfección?
El silencio cayó como una losa. Nadie se atrevía a mover un músculo.La mayoría de los trabajadores y bailarinas estaban genuinamente asombrados. Varias mujeres cubrieron su boca en gesto de shock, cuchicheando entre ellas. Pero había dos excepciones: Charlie y Simone.Charlie mantenía el ceño fruncido, tenso, mientras Simone observaba la escena con un semblante impasible, difícil de interpretar.Ambos sabían la verdad. Ambos la habían ocultado.Y ambos eran, irónicamente, los trabajadores en los que Reinhardt más confiaba.Reinhardt los miró con sospecha, pero de momento no los señaló. En cambio, sus ojos se clavaron como dagas en Jasper.—Tú —gruñó, caminando hacia él.De un tirón, arrastró a Jordan y la lanzó contra Jasper.Él la atrapó de forma torpe, sorprendido, incapaz de comprender qué diablos estaba pasando.—Tengo entendido que ustedes eran muy "amigos", o lo que fuera que hayan sido. ¿Tú lo sabías, Jasper? ¿Sabías la verdad sobre esta campesina?Jasper, aún sujetando a Jord
Reinhardt la llevó de regreso a la habitación con una mano firme rodeándole el brazo. No caminaban juntos, él la arrastraba, como si la fuerza de su indignación lo impulsara más que sus pasos.Jordan no se resistió. Mantenía la cabeza gacha, sintiendo el juicio de cada mirada que habían dejado atrás, como si aún ardieran sobre su espalda.Al llegar, Reinhardt abrió la puerta con torpeza y la empujó hacia dentro, no con violencia, pero sí con una decisión que pesaba más que cualquier golpe. Él también entró, cerrando la puerta tras de sí con un chasquido seco. El silencio que se hizo después fue espeso, como si hubiera sellado más que una habitación.Jordan llevó su mano al brazo que él había sujetado. Sobre su piel quedaron marcadas las huellas de los dedos de Reinhardt, enrojecidas y visibles. Comenzó a frotar la zona con suavidad, no tanto para calmar el ardor como para distraerse de la angustia que le comprimía el pecho.Reinhardt se quedó inmóvil por unos segundos, parado en medio
Jordan hizo una pausa, breve, pero significativa. Su respiración era más rápida de lo normal, aunque se mantenía recta, tratando de verse segura.—Nada de lo que hice fue con la intención de traicionarte —expuso ella—. Siempre te he sido leal. Desde el primer momento en que crucé esas puertas, tuviste mi lealtad. Al principio… por miedo. Pero luego fue distinto. Luego fue elección. Porque mis sentimientos hacia ti cambiaron. Me obligué a serte leal. Pero después… ya no fue por obligación. Fue porque quise. Y aunque suene absurdo ahora, sin importar cuáles fueran las circunstancias, jamás habría sido capaz de traicionarte.Reinhardt frunció el ceño con dureza. Sus brazos seguían tensos sobre la pared, encuadrándola, encerrándola. —Lo hiciste muchas veces, cuando trataste de escapar. Eso también es traición.Jordan parpadeó con lentitud, como si esas palabras no la hirieran, pero se le clavaran igual. Tragó saliva y respondió sin elevar la voz.—Lo entiendo. Tal vez tú y yo tenemos una