El incendio había consumido casi todo el mercado. Desde la mañana hasta bien entrada la tarde, Isabella había permanecido allí, ayudando en lo que podía. Se quedó moviendo escombros, asistiendo a los que intentaban salvar algo de los restos carbonizados, escuchando los lamentos de aquellos que lo habían perdido todo. Había sentido el ardor del humo en la garganta y los ojos, la piel pegajosa por el hollín y el sudor. Se había quedado también para procesar el hecho de que su jefa había muerto en aquel infierno. Su trabajo ya no existía, y aunque los campesinos eran resilientes y volverían a levantar el mercado, tardaría meses en estar listo. No podía quedarse allí esperando. De hecho, ya no podía seguir en el campo de cualquier forma.
Cuando el sol comenzó a descender, Isabella decidió regresar a la granja. La jornada había sido agotadora y su mente bullía de pensamientos mientras cabalgaba. La luz dorada del atardecer bañaba los campos, pero ella apenas lo notaba. Su corazón aún latía