CAPÍTULO 11. Un vestido lanzado a la cara

Aquel evento había sido un éxito, Virginia lo sabía. Como también sabía que no había hecho nada malo, así que aquel humor de perros que Connor tenía no era su culpa.

La llevó hasta el coche y le abrió la puerta sin mirarla. Ella se subió con toda la dignidad que pudo reunir sin reírse y lo vio despedir al chofer para sentarse él mismo al volante. No se dijeron ni una sola palabra, pero apenas llegaron a la casa, Connor se convirtió en un huracán que tiraba puertas y lanzaba la corbata y el saco a cualquier lugar.

Virginia se sentó en el sofá de la sala, sacándose la horquilla que le mantenía el largo cabello recogido, y lo dejó caer sobre su pecho. Cruzó las piernas y se quedó mirándolo con tranquilidad mientras esperaba a que se desahogara, pero Connor se dio la vuelta de repente y se quedó mirándola.

—¿Qué? —preguntó arrugando el ceño.

—En nuestro contrato dice que debo soportar tu mal humor —dijo Virginia con suavidad—

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