Mario recorrió nuevamente el estacionamiento con la mirada.
El lugar estaba completamente vacío, ¿de dónde podría haber salido un niño?
Después de dudar un momento, susurró: —¿Podría ser una alucinación por extrañar tanto a la señorita Abril?
Miguel posó su fría mirada sobre él. —¿Crees que estoy enfermo? —ni siquiera podría confundir a un niño con una niña.
Mario guardó silencio prudentemente. No se atrevía a opinar sobre su estado mental.
El ambiente se tensó hasta que sonó el teléfono.
Al ver el número, el rostro sombrío de Miguel se iluminó con una sonrisa.
—Papi, ¿dónde estás? ¡Todavía no llegas! ¡No cumples tus promesas, hmph! —se quejó una dulce voz infantil con un tono mimoso.
El corazón de Miguel se derritió instantáneamente. —Papi tenía una reunión y llegó tarde, lo siento. Pero ya estoy en el estacionamiento, en dos minutos estaré contigo.
Mario, viendo su sonrisa, pensó que gracias a la señorita Abril, el señor Soto no se había derrumbado.
Al colgar, Miguel notó que Mario e