—Laura, sé que esto no es justo para ti, pero... soy viejo, mi salud no es buena, quizás algún día me duerma y ya no despierte —al decir esto, los ojos de Emiliano se humedecieron.
Laura se sintió conmovida, apretando inconscientemente la caja entre sus manos: —Abuelo, ¡no digas esas cosas! ¡Vivirás muchos años más!
Emiliano sonrió: —He vivido lo suficiente para ver la vida y la muerte con serenidad. Si me voy, no te entristezcas, solo vive tu vida plenamente.
Le debía tanto a Laura y no sabía cómo compensarla. Solo deseaba que en el futuro encontrara quien la amara y cuidara.
Laura observaba su sonrisa con inquietud, como si Emiliano estuviera despidiéndose.
—Abuelo... —comenzó a decir, pero su teléfono la interrumpió. Tuvo que guardar sus palabras mientras sacaba el teléfono para contestar.
—Laura, ¿dónde estás? ¿Quieres que vaya por ti? —la voz cálida de Santiago la reconfortó como una brisa primaveral.
—Vine en carro, no necesito que me recojas, pero gracias —respondió Laura, su ex