LXV El arte de la guerra

—¿Estás segura de tu decisión? —preguntó Irum, con la calma que mantenía en las reuniones más espinosas. El autocontrol era la máxima muestra de poder, no los gritos o la violencia, como muchos pensaban.

Las guerras se ganaban entre cuatro paredes, no en el campo de batalla.

—Completamente —dijo Libi, con convicción. No había sido sencillo decirle a Irum que no, pero lo había logrado.

Nada sabía ella de guerras o estrategias, sólo iba con la verdad y la bondad de su corazón por delante, esas eran sus armas.

—Piénsalo mejor —insistió Irum. La invitaba a recapacitar y replantear sus movimientos, a rendirse antes de ejecutar otro «ataque» en su contra.

—Si no trabajo, no tendré dinero para comprarle sus cosas al perro.

Esa era una ofensiva tan débil que casi le dio risa. Libi necesitaba unas lecciones intensivas de argumentación.

—Las comprarás con el dinero que yo te dé. Libi, tengo tanto dinero y nadie con quien gastarlo más que contigo. Incluso lo gasté con la sirvienta, por Dios
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