CAP 3

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Austral

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—Bien, aquí vamos —menciono a la nada desde el balcón de mi habitación, desde el cual me puedo deleitar con un bello jardín lleno de rosales—. Otro día más —añado y tomo otro trago de café.

—Señorita Austral —escucho una voz muy familiar del otro lado de la puerta de forma repentina.

—Pase, George —le digo a mi amigo y chofer.

—Buenos días, señorita Austral —me sonríe.

—Buenos días, George —contesto al tornar mi mirada hacia él.

—Le quería decir que el auto ya está listo; así que puedo llevarla a la empresa cuando usted ordene.

—Muchas gracias, George. Pero sabes que esta fecha altera mis nervios y suelo renegar por todo; así que hoy no me llevarás. No quiero decir algo de lo que después me arrepienta —expreso sincera—. Tómate el día libre. Ve con tu familia. Dile a Sofía que también tiene el día libre; así que aprovéchenlo y salgan a divertirse hoy —le sugiero.

—Es usted muy amable, señorita Austral.

«Vaya. Así que este año no piensa refutar mi decisión», pienso.

«Eso es bueno y… tranquilizante»

—Y deja el formalismo por favor —le solicito—. Te conozco desde hace 25 años; sabes que eres más que mi chofer —le explico.

—Señorita Austral…

—Al menos por hoy —lo interrumpo; y este sonríe y asiente con la cabeza.

—Solo por hoy —acota y yo asiento—. Entonces ¿puedo retirarme ahora?

—Claro —le sonrío—. Espero verte en la fiesta.

—Ahí estaré con mi familia.

—Saluda a Sofi y a Brenda de mi parte —le pido.

—Así lo haré —indica y después, se retira.

Yo regreso mi mirada una vez más al extenso campo de rosales y doy un suspiro profundo.

—Solo deseo un día tranquilo —pido con toda sinceridad para después terminar mi café y salir de aquella enorme casa con dirección a la empresa.

Al llegar a ella, voy directamente a mi oficina.

—Buenos días…

—Buenos días, Cinthia —contesto al saludo de mi asistente—. Necesito que te tomes el día; no quiero a nadie cerca hoy —le digo firme, ya que no exageraba cuando decía que, un día como hoy (la fecha del accidente de mi abuelo hace 13 años), mis nervios se exacerbaban—. Solo necesito que me traigas el informe mensual del área legal y lo dejes sobre mi escritorio; luego, te tomas el día —señalo y entro a mi oficina sin esperar respuesta alguna.

Coloco mi cartera y mi abrigo en sus lugares y después voy a tomar mi lugar para empezar a trabajar. Sin embargo, la pronta presencia de mi asistente en mi oficina, me sorprende.

—¿Ya tienes el informe? —pregunto al levantar mi mirada hacia ella.

—Sí, el informe estará listo en 15 minutos. Martin los traerá —me explica.

—Bien… ¿entonces? —pregunto para que prosiga hablando; sin embargo, no dice nada—. ¿Qué pasa? —pregunto un poco impaciente.

—Señorita, yo me quedaré —contesta nerviosa y aquello se me hace extraño.

—He dicho que te vayas —respondo tajante al mirarla directamente a los ojos.

—Señorita, es que yo querí…

—¿No he sido clara, Cinthia? —interrogo seria— Tómate el día —preciso con el mismo tono y con cierto ápice de molestia.

—Es que señorita…

—“Es que” qué, Cinthia —contesto un poco impaciente, ya que lo único que deseaba era que se fuera para empezar a trabajar tranquila.

—Es que…

—Habla ya por favor —le pido un poco exaltada y veo cómo esta se sobresalta y, ante aquello, no puedo evitar sentirme apenada, pero, aun así, mi impaciencia no desaparecía. Y, antes de volver a hablar, inhalo y exhalo profundo un par de veces—. Cinthia, por favor, dime lo que tengas que decir y ve a tu casa —le pido con la mayor serenidad posible—. Y discúlpame por haberte gritado; lo lamento mucho.

—No se preocupe, señorita. Sin embargo, no puedo irme… —menciona muy nerviosa.

—¿Qué está pasando? —pregunto intrigada.

—Quiero decirle que tengo mi carta de renuncia ya hecha y que, por fa…

—Espera… ¿Renuncia? —menciono sorprendida— ¿Cómo que “renuncia”? ¿Por qué renuncias? ¿De qué me estás hablando?

—Señorita, lo lamento mucho —empieza a llorar y aquello me estaba preocupando.

«¿Tan mala jefa seré?», pienso mientras me paro de mi asiento y apoyo ambas manos sobre mi escritorio.

—Cinthia, sé que no soy la jefa que alguien quisiera, pero, en serio, te necesito. Llevo trabajando contigo desde que empecé a hacer mis prácticas aquí y te tengo mucha confianza.

—Por favor, señorita, no siga.

—Cinthia, por favor —le pido—. No sé en dónde podría encontrar a alguien tan eficiente como tú —añado; y esta empieza a llorar desconsoladamente.

—No puedo quedarme —llora más fuerte—. Olvidé enviar el contrato de los Canarias en la fecha correspondiente y ahora ellos me están diciendo que quieren reunirse con usted para acordar los nuevos términos para la renovación y están pidiendo duplicar sus beneficios netos —me explica y, con aquella información, lo único que deseaba era despedirla de inmediato.

—No pueden hacer eso —digo más para mí—. Francke Canarias me dio su palabra, hace una semana, de que no se cambiarían los términos del contrato. Sus hijos no pueden hacer esto —me digo muy segura—. ¡No porque haya muerto, sus hijos pueden hacer lo que les plazca! —expreso muy molesta.

—Señorita, lo lamento… —continúa llorando

—¡Y a mí no me sirven tus lamentos!

—Perdón yo…

—¡Deja de llorar! ¡Lávate la cara! ¡Y ve por tus cosas de una vez que no podemos perder tiempo alguno! —le demando muy molesta—. Antes de que te despida, debemos solucionar un poco de lo que has hecho —añado severa—. ¡¿Qué esperas?! ¡Muévete! Ve por tus cosas para ir a la empresa esa —le digo alterada y esta sale corriendo del lugar.

—Tranquila, Austral, tranquila —me pido al practicar los ejercicios de respiración para calmarme, aunque sea un poco—. Ellos te necesitan muchísimo más de lo que tú necesitas de ellos; así que no pueden exigir. ¡No pueden! —señalo muy segura y, de inmediato, tomo mi cartera y mi abrigo para ir rumbo a la empresa de los Canarias para solucionar el error de mi asistenta.

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