LAURA TORRES
La explicación de Ángel me había dado tranquilidad. Yo creía que él no tendría planes hasta la noche y era aún muy temprano. Si... estábamos almorzando tarde y pronto podríamos merendar, pero eran consecuencias nuestra primera salida juntos, de la champaña y de la lujuria que había crecido la noche anterior entre los dos.
Con su típica sonrisa, Ángel tomó mi mano después de pagar la cuenta y nos retiramos de la pizzería. Subimos al vehículo de tantos caballos de fuerza que sólo él podría conducir y comenzamos a dar vueltas por distintas calles sin rumbo fijo.
-¿Te gustaría que tomemos un helado?- Lo miré confundida, tanta amabilidad muchas veces podía ser sospechosa
-Suena bien- Respondí y fuimos a la heladería más cercana
Los dos escogimos nuestros sabores favoritos y Ángel pidió que fuera en potes de un cuarto de kilogramo.
-Si que te gusta el helado. Quien lo diría- Comenté cuando subimos al coche
-No lo abras aún. Vamos a otro lugar- Sostuve el pote con la tapa pu