Dos meses y medio después
La mañana en el comedor estaba más silenciosa de lo habitual. El olor a café flotaba en el aire, y las voces que normalmente llenaban la casa se sentían distantes, como si todo estuviera suspendido en el tiempo, aguardando algo. Mi madre, sentada en la cabecera de la mesa, miraba fijamente su taza, con una expresión grave que rara vez veía en ella.
—Ahora tiene que ir al médico a que la revisen y nos digan cuándo nace —dijo, su voz firme pero con un toque de preocupación que, aunque sutil, no pasó desapercibido.
El “ella” a la que se refería era la pelirroja, quien había permanecido en ese cuarto todo este tiempo, como mi madre había ordenado. Después de la noche que lloré junto a Ai en la cocina, me desperté en mi cuarto con un dolor de cabeza aplastante. Había pasado la noche en ese estado en que las emociones te dejan agotado, como si todo el peso del mundo hubiera caído sobre mis hombros. Cuando abrí los ojos, vi a mi hermana sentada en el respaldo de l