Caminaba por la calle de regreso a casa, atravesando las calles, cuando me percaté de que alguien me seguía.
Aligeré la marcha, me metí por una calle y me detuve en la esquina, pegándome lo más que pude a la pared, echando en falta mi calibre del 47. Era la primera vez en dos años en la que me sentía asustada.
Podía escuchar los pasos de mi acosador, estaba cada vez más cerca, y yo cada vez más nerviosa, pero no dejaría que el miedo nublase mi vista, esta vez no.
Tan pronto como fui descubierta, me abalancé sobre aquella persona y lo apreté contra la pared con una de esas llaves que me enseñaron en la academia.
Lo solté justo en el instante en que me percaté que podría ser descubierta. Y entonces él se volvió contra mí, me empujó contra la pared y me hizo una llave similar, haciendo que mi incomodidad creciese bastante.
Toqué mi cuello, intentando encontrar el colgante que siempre lo adornaba, y al no hallarlo volví la mirada hacia él.
Alargué la mano para agarrar el colgante pero él no alejó de mí. Le miré con cara de malas pulgas, mientras él sonreía divertido.
…..
Aquella noche bebí más de la cuenta, y lo peor es que lo hice en un puesto de la calle.
La camarera estaba harta de mí, podía notarlo en su insistencia de que me fuese a casa. Caminé con dificultad, intentado elegir los lugares acertados para pisar. Tenía miedo, miedo a que aquel hombre volviese a aparecer, temía estar demasiado vulnerable como para no permitirle acercarse.
Me agarré a la pared, tan pronto como me percaté que me tambaleaba más de lo que me gustaba.
Me metí en el ascensor de su casa con él y le oí hablar en coreano por su celular con alguien, le hablaba de mí. Me pareció divertido que me mencionase, así que sonreí, bajando la cabeza para que él no me viera.
Colgó el teléfono y siguió hablando sobre mí en voz alta, aliviado de que yo no pudiese entenderle, aunque la verdad era que si lo hacía.
Al llegar a su casa me sorprendió de nuevo aquel olor agradable a jazmín. Cerró la puerta tras de mí, me agarró del brazo y me condujo hacia la habitación.
En aquel momento volví a temerle, temía que se propasase conmigo, aunque estaba claro que conocía ciertas llaves y no se lo permitiría.
Destapó la cama y me invitó a entrar con una señal del brazo. Volví a mirarle desconfiada, mientras él señalaba al salón…
Me senté sobre la cama, bastante mareada por la embriaguez y me preparé para cerrar los ojos, sabía que era lo que necesitaba, dormir y dejar todo aquello atrás.
Aquella noche fue la primera de muchas, en la que dormí como un tronco, sin ninguna pesadilla que pudiese importunarme. Por alguna razón, en aquella cama me sentía a salvo.
Podía escuchar los pájaros en la mañana, era realmente agradable. Pero sentía algo, un peligro cerca de mí, y tan pronto como abrí los ojos agarré el brazo de él, que tenía la intención de tocar mi rostro.
Él me miró sobrecogido y avergonzado al mismo tiempo, lo que hizo que algo dentro de mí volviese a agitarse, era la primera vez que parecía avergonzado de verdad.
Caminaba por las calles de camino a casa. Llevaba puesta la misma ropa que el día anterior, y olía a alcohol. Despreocupada, pues no tenía que ir a trabajar, era mi día libre, ya que Shana había insistido en devolverme el favor que le había hecho unos días atrás, cuando ella había tenido que ir al médico..
Era un día precioso, el cielo estaba despejado y podía escucharse el sonido de los pájaros cantando aquí y allá.
Me paré junto al parque, justo detrás de mi casa, percatándome de algo… mi bolso. Mi bolso no estaba.
Me volteé y comencé a correr, todo lo rápido que me permitían mis tacones de aguja, en dirección hacia la casa del cliente apuesto. Había sido una estúpida, había estado tan preocupada por largarme de allí rápidamente que había olvidado lo más importante.
Paré en seco, el semáforo acababa de ponerse en rojo para los peatones, y noté como la gente me miraba, como si fuese algo inusual correr por toda la ciudad con un vestido arreglado y unos zapatos de aguja. Pero no me importó, tan sólo quería recuperar mis cosas.
Haciendo caso omiso de las miradas ajenas me descalcé, con la intención de correr más rápido, y proseguí mi marcha, en cuanto el semáforo se volvió verde.
Apenas unos minutos más tarde tocaba mi pecho cansada, mientras miraba hacia arriba, hacia la casa de él, recordando que no me había fijado en la letra de su puerta.
Me calcé de nuevo, y entré en el portal, donde el portero me esperaba.
Caminé, bastante decaída hacia la puerta principal, sentándome entonces en el escalón del portal, con la intención de esperar por él. Ya que no podía hacer otra cosa, no tenía forma de volver a casa sin llaves, no tenía dinero y había dejado mi documento de identidad en el interior de la cartera, aunque fuese falso.
Me toqué la cabeza, preocupada, con la mano izquierda, mientras agarraba mis piernas desnudas con la otra. Mientras la gente que entraba y salía del edificio me miraba con cara de malas pulgas, como si no debiese estar en aquel lugar.
Estaba cansada, me dolía el trasero de estar sentada, y aunque no tenía reloj, ya que sospechaba que también lo habría dejado en el mismo lugar que el bolso, estaba segura de que habían pasado algunas horas.
Me levanté, al mismo tiempo que una joven entraba al portal, pude escucharla hablar de mí con el portero…
Caminé hacia la calle principal, ignorando a la muchacha, perdiéndome entre la multitud, hasta que la mujer no pudo divisarme. Seguí adentrándome más y más entre el bullicio mientras mi mente se marchaba de allí. Pensaba en el café, en si él quizás estaría allí.
Comencé a correr de nuevo, dejando atrás el gentío, dando grandes zancadas hacia mi única salvación.
El café estaba abarrotado, Sara atendía sin cese, mientras los nuevos se defendían como podían. Entré por la puerta abrumada, percatándome de que había corrido hasta allí para nada, ya que no había ni rastro del cliente apuesto.
Bajé la cabeza cansada, mientras volvía a salir por la puerta.
Pasé el día caminando descalza por el río Han, con los pies metidos en el agua, e incluso eché de comer a las palomas en el parque. Fue un día de lo más tranquilo.
Casi había anochecido cuando volví hacia su casa, me preguntaba si ya estaría allí…
Entré en el portal, esperando ver al irritante portero, pero para mi sorpresa no estaba en su puesto de trabajo. Una sonrisa idiota salió en mi rostro, y una chispa de locura nubló mi mente, mientras me descalzaba de nuevo y daba grandes saltitos, subiendo la escalera hacia el octavo piso. No había otra forma de subir sin ser descubierto por ese portero maldito.
Caminé por el pasillo aún descalza, levanté la cabeza para mirar la letra de su puerta. Era mejor hacerlo, por si tenía que volver allí de nuevo. La letra J era la suya.
Miré hacia el frente, hacia la extraña cerradura que adornaba la puerta de su casa. Era justo como las que solían tener la mayoría de aquellas puertas. Una cerradura con clave, en vez de para abrir con llave. Negué con la cabeza, pensando en la estupidez de aquel método. Con lo fácil que era meter una llave y abrir. Pensaba en la de veces que alguien se había equivocado en meter su clave y la de veces que tendría que llamar al cerrajero o al portero, para que le permitiese entrar en su propia casa.
Reí divertida, mientras me percataba de que aún estaba descalza. Me calcé despacio para luego llamar al timbre pausadamente. Pero de nuevo el miedo volvió a envolverme. No había nadie en casa.
Eché la cabeza hacia atrás cansada, mientras negaba con la cabeza histérica por aquella situación. Os diré la verdad, en aquel momento le odiaba de verdad. Emití un par de ruidos de disgusto, para luego mirar al pasillo por el que había venido, preocupada porque aquel estúpido portero pudiese haberme descubierto. Pero no era él quien estaba allí de pié mirándome, con una sonrisa de oreja a oreja. Fue entonces cuando me di cuenta de que había sido todo un espectáculo, me preguntaba que había presenciado.
Le miré con cara de pocos amigos, mientras el caminaba hacia mí y abría la puerta de su casa tras meter su clave.
Ninguno de los dos dijo nada, ni siquiera cuando la puerta se cerró detrás de nosotros. Estaba avergonzada y nerviosa de volver allí.
Me miré al espejo nerviosa, mientras atoraba mi cabello con una gomilla y me disponía a abrir un gripo, tan sólo me refrescaría el rostro, ya que no me parecía oportuno bañarme en una casa que no era mía y menos usar ropa de otra persona.
Cuando salía al salón el ya tenía todo casi listo. Volvió su mirada hacia mí mientras me miraba extrañado.
Caminé hacia la mesa, sentándome en ella después, mientras él lo hacía también. Agarré la cuchara y comencé a comer mi arroz, vertiendo un poco de sopa en él y acompañándolo con un poco de kimchi. Estaba encantada comiendo manjares como aquellos. Lo cierto es que me encantaba la comida de aquel lugar, aunque intentaba no acostumbrarme a ella demasiado, con eso de que si fuese preciso tendría que huir de nuevo.
Ninguno de los dos habló durante la cena. El tan sólo comía mientras me miraba de reojo constantemente. La verdad es que estaba siendo una cena de lo más incómoda. Casi hubiese preferido haber tomado la decisión de volver a casa…
Tragué saliva despacio, mientras sentía que el miedo me invadía. Él había estado cerca de descubrirme, no podía permitir que se acercase más.