74. Es hora de que me case

Estela sale de la recámara con una cara que delata la noche en vela. Bajo sus ojos, unas sombras suaves insinúan el cansancio, pero la emoción brilla en su mirada inquieta. Sus párpados, un poco hinchados, parpadean más de lo normal, como si intentaran disipar la fatiga. Su piel, usualmente radiante, luce un poco pálida, pero el rubor natural en sus mejillas la delata: los nervios la tienen despierta por dentro y por fuera. Sus labios, entreabiertos, parecen dudar entre una sonrisa y un suspiro tembloroso. A pesar del agotamiento, hay algo en su expresión que la hace ver hermosa: la anticipación del día especial que la espera.

Su rostro está iluminado por la emoción de su gran día y yo ya estoy aquí, esperándola. Su expresión cambia de inmediato al verme.

—¡Jesan! —exclama, corriendo hacia mí para abrazarme—. No puedo creer que estés aquí. Pensé que no llegarías a tiempo.

—No me perdería tu boda por nada del mundo —le respondo, sosteniéndola con fuerza. Siento su alegría vibrar
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