Cuando dobló una esquina, vio una figura familiar acercándose. Milena, la madre de Alejandro, caminaba con esa gracia que siempre la caracterizaba, su porte impecable y la expresión dulce que, sin embargo, no ocultaba su intuición aguda. Luciana intentó componer su rostro, pero sabía que Milena era capaz de ver a través de cualquier fachada.
"Luciana, querida” dijo Milena suavemente mientras se acercaba, con una leve preocupación en sus ojos. "¿Todo está bien? Te ves un poco... irritada."
Luciana se detuvo, intentando disimular el tumulto de emociones que aún la envolvía. Forzó una sonrisa, aunque sabía que Milena no sería fácil de engañar. "Estoy bien, señora Milena, no pasa nada" respondió rápidamente, tratando de sonar convincente.
Milena arqueó una ceja con esa elegancia propia de alguien que lo ha visto todo. "No hace falta que mientas conmigo, Luciana." Sus palabras eran suaves, pero cargadas de un conocimiento implícito. "¿Ha pasado algo con mi hijo, Alejandro?"
Luciana suspiró