Luciana sintió el peso de la mirada de Alejandro sobre ella, como si todo lo demás desapareciera. La música, las conversaciones, las risas a su alrededor, todo se desvaneció en un segundo. Solo quedaban él y ella, con la tensión palpable que había estado creciendo entre ellos desde el momento en que se habían encontrado nuevamente.
Verónica notó la dirección de su mirada y, con una sonrisa astuta, se apartó lentamente de Alejandro, como si ya supiera lo que se avecinaba.
—Vaya, parece que alguien ha llegado para reclamar lo que es suyo —dijo Verónica, con un tono que dejaba poco a la imaginación. Sin embargo, su sonrisa no llegó a tocar sus ojos, y Luciana percibió de inmediato que la mujer estaba acostumbrada a este tipo de juegos.
Luciana respiró hondo, tratando de mantener su compostura. No quería parecer que cedía ante esa clase de provocaciones, pero no pudo evitar sentir una mezcla de incomodidad y enojo que la atravesaba como un rayo. Se acercó a ellos con paso firme, no dispue