Luciana miró la taza de café que había dejado frente a ella, sintiendo cómo sus pensamientos giraban en círculos, incapaz de sacarlo de su mente. ¿Cómo había llegado a esto otra vez? se preguntó. ¿Cómo podía alguien tener tanto poder sobre sus emociones después de tanto tiempo?
Luciana seguía inmersa en sus pensamientos, con el eco de las palabras de Alejandro aún resonando en su mente. Miraba la taza de café, completamente ajena al mundo exterior, hasta que el sonido de la puerta del café abriéndose de nuevo la hizo levantar la vista. Para su sorpresa, allí estaba Héctor, entrando con paso firme, con la mirada fija en ella. El corazón de Luciana dio un vuelco, no por emoción, sino por el desconcierto que la invadió.
“¿Héctor? “preguntó, frunciendo el ceño”. ¿Cómo sabías que estaba aquí?
Él no respondió de inmediato. Se acercó con calma, pero con esa seguridad fría que siempre lo caracterizaba. Cuando llegó a su lado, lanzó una mirada rápida a su reloj de muñeca antes de clavar sus oj