Había acabado de darle un manotón a la mesa de la cafetería, fue tan fuerte que todos voltearon a vernos y Zaideth tenía los ojos llenos de lágrimas, estaba cohibida, con ganas de llorar.
—¡¿Qué?! ¡¿Ahora vas a decir que esa no es una excusa para ir a revolcarte con los hombres con los que te ves?!
Podía escuchar los murmullos de los estudiantes y las miradas de la gente con impotencia por cómo yo estaba tratando a Zaideth.
La prima de Zaideth llegó a toda prisa, acompañada de un tipo moreno y robusto.
—¡¿Qué te pasa, imbécil?! —me gritó Clara.
Ella me dio un empujón e intervino entre los dos.
—¡¿Quién te crees para tratar a mi prima así?! —estaba enojadísima— ¡Vamos, grítame también, adelante!
—L&a