—Señorita Román. ¡Qué bonitos tus ojos! No quiero matarte en este momento.
Santiago la pellizcó con moderada fuerza, alzándose sobre ella como si fuera una hormiga, mirándola con cierta lástima y simpatía.
Pasó sus dedos por la cara de Juliana, por el cuello.
De repente aflojó su agarre y se agachó