3.-

—¡Ya te dije que vas conmigo Margarita y no lo voy a repetir! – ahogó un jadeo frustrado y respiró profundo, Alejandro no se preocupó en subir la mirada.

— ¡Si señor! – se giró caminando malhumorada, su jefe la observó por encima de las gafas disfrutando de su bonito trasero.

— ¡No te pierdas Margarita, nos vamos en diez minutos! – la mujer cerró la puerta más fuerte de lo normal debido a su molestia y Alejandro sonrió negando con la cabeza.

Bajaron en el ascensor, ella no le cruzó palabra ya que se sentía en desventaja obligándose a obedecer porque era su jefe. Alejandro sonreía encantado ante la renuencia de la mujer que tenía a su lado con los brazos cruzados y labios apretados, le pareció más bella que nunca, se dejaba la vista en sus rasgos finos y delicados que se endurecían por momentos cuando tomaba una respiración violenta. Al abrirse las puertas del aparato el hombre colocó sus dedos en la parte baja de la espalda de Anna y la empujó suavemente a lo que ella respondió con un estremecimiento y un gruñido que desató una carcajada en su jefe y en ella por el contrario causó un enojo desconocido y profundo.

— ¡No considero que obligarme a salir en un almuerzo familiar sea apropiado! – resoplo molesta deteniéndose en la puerta del edificio — ¡Y menos que se burle de mí… jefe! – le miró con seriedad. Alejandro se percató de su error y se acercó a ella tomando sus manos entre las suyas.

— Margarita… disculpa si he sido un atrevido – sonrió de lado — Mi única intención es que te distraigas, no me gusta verte triste – la miró con tanta intensidad que ella bajo la guardia junto con sus hombros ante la galantería. La dejó completamente noqueada al mirar la sinceridad en sus ojos color ámbar.

— ¡De acuerdo, pero es solo por complacer y no se acostumbre! No es apropiado – él acepto con rostro angelical, que ella no creyó porque lo conocía muy bien.

Si bien su jefe no era un hombre deshonesto, sabía de buena fuente – o sea, ella misma – que era un hombre de artimañas para poder lograr sus propósitos. Alejandro del Toro derrochaba elegancia y desenvoltura, era todo lo que una mujer soñaba y deseaba. La gracia con la que se movía acentuaba su atractivo, además de ese corpachón que tenía lleno de musculo y bien formado, el cual le proporcionaba un aire aristocrático y distinguido aun cuando se trataba de hacer cualquier negocio o simplemente invitar a alguna mujer a cenar. Abrió la puerta del auto para ella sin dejar que el chofer lo hiciera, impidiéndoselo con un movimiento de la cabeza, Anna pasó primero y se acomodó en el asiento de una forma elegante y él disfrutó de lo provocativa que se le veía la falda y al sentarse erguida no pudo evitar perderse en la línea de sus pechos. Definitivamente ¡Margarita era un mujerón!

Nada más llegar al restaurante el dueño lo abordó cariñosamente y este le siguió con gusto la confianza ya que sus padres compartían historia, Anna se quedó a unos pasos rezagada y los hombres se abrazaron dándose unas palmadas en la espalda a modo de saludo.

— ¡Alejandro Del Toro, mi amigo! – una cámara se coló entre las mesas y los Magnates posaron para la fotografía que de seguro saldrá en primera plana mañana por la mañana.

— ¡Ramón, un placer verte y más aún disfrutar de tu comida! – esto último lo dijo en un susurro — No vengo muy a menudo porque aumentaría mucho de peso y a mi edad no es conveniente - expresó Alejandro con una sonrisa mientras el dueño del local se desternillaba de risa — Ramón – golpeó su pecho cariñosamente — Quiero que conozcas a esta hermosa mujer, es Anna Margarita, mi asistente – el hombre puso cara de asombro y extendió su mano hasta la mujer que sonreía evidentemente incómoda sin embargo le dedicó una sonrisa sincera y ella se relajó un poco.

Les terminó de dar la bienvenida y se dirigieron a la mesa, Alejandro colocó de nuevo la mano en la espalda baja de Anna, ella se estremeció y él se sintió ganador hasta que llegaron al encuentro con Alejandra y se fijó que quien la acompañaba era la mujer que entraba como el diablo en sus pesadillas: Marina Uzcátegui.

— ¡Papitooooo, gracias por venir! – el abrazo de su hija hizo que tropezara con Anna y esta casi cae despatarrada en el piso a no ser por un mesonero que lo impidió.

— ¡Mi Capullo, te quiero tanto! – la chica besó sin parar toda la cara de su padre, acción que le hizo reír, Ana se sostuvo del espaldar de la silla sobando su cadera — ¡Cariño! ¿qué hace Marina aquí? – ella sonrió mirándolo a través de sus pestañas.

— ¡Ella es mi amiga papi! ¿Qué hace la fursia contigo? – lo miró con un puchero.

— ¡Alejandra! – susurró el padre ante la grosería — ¡Jamás digas eso de nuevo, te lo prohíbo! – esta vez su tono subió un poco y se sentía malhumorado, la niña asintió y bajó la vista con arrepentimiento.

El Sr. Del Toro ayudó a sentar de nuevo a su hija y sacó la silla para que su asistente tomara asiento, el puesto de él quedó frente al demonio de sus pesadillas, sin embargo como es un caballero saludó formalmente.

— ¡Marina, que placer! – ella sonrió coqueta y él lo hizo por educación.

— ¿No pudiste dejar la marusa? – expresó la arpía sin dejar de inyectar su veneno.

— ¿Disculpa? – mascullo con la mandíbula apretada. Anna tocó su brazo y él lo ignoró a pesar del corrientazo que sintió — ¡Cuidadito Marina, no le faltes el respeto a mi invitada! – puso los ojos en blanco.

— ¡Invitada soy yo Alejandro, ella está de más aquí! – hervía de rabia, estaba a punto de ser un grosero cuando vio el rostro de su asistente suplicándole que se calmara. Lo cual hiz que respirara hondo y se lo pensara mejor.

— Cuando Ale llamó no tenía idea de que eras tú la amiga – observó a su hija con reproche — De haberme dicho no estaría aquí – la miró de frente y respiró profundo.

— Nunca pensé que te atrevieras a sacar a pasear a tu zorra – palmeó la mesa con fuerza y se levantó de súbito.

— ¡Alejandra, no me puedo quedar! – la niña lo miró ofendida, pero él sabía que era un teatrito — No soy quien a estas alturas para prohibirte nada, sin embargo sería una excelente idea depurar tu círculo de amistades – Marina ofendida decidió defenderse.

— ¡Ay Alejandro por favor! – subió su tono — ¡No hagas comparaciones, ella jamás estará a tu altura! Yo no soy mala influencia para tu hija – miró a la castaña con asco — En cambio esta es mala influencia para ti – el hombre cerró las manos en puños deseando estar en un lugar cerrado.

Anna Margarita Buendía respiró profundo y se levantó de la silla frente a seis pares de ojos con toda la elegancia que ese momento le dejó a su dignidad. Alejandro se levantó de un salto, avergonzado y buscando su rostro para disculparse y ella levantó su mano para acallar cualquier cosa que se dispusiera decir.

— ¿Sabe que Sra. Marina? – esta negó con una sonrisa maliciosa — ¡Váyase a la m****a usted y su puto dinero! – dijo con toda tranquilidad — Prefiero ser pobre y sin tener donde caer muerta a ser una arribista buscona y lame zapatos como usted – miró a su jefe y sonrió — Agradezco la invitación aunque desde el principio sabía que era una mala idea ¡Disfrutad de su almuerzo! – giró de manera elegante y caminó hacia la salida sin dejar de recibir miradas de los presentes, escuchó un golpe y volteó a ver cuando una mujer abofeteaba a su compañero por mirar su trasera, pidió al dueño que le consiguiera un taxi.

— ¡Margarita! – giró y negó con la cabeza — No me puedo quedar – se acercó a ella — No después de esto – dijo con los brazos abiertos y el rostro compungido.

La vergüenza lo azotaba con fuerza ya que la escena que se suscitó por parte de Marina le humilló y la mujer tuvo que responder a su ataque, sin embargo las dejó en el restaurante a ambas porque no resistió mantenerse cerca de esa mujer tan desagradable.

— ¿Dejó la niña con esa mujer? – asintió con labios apretados.

— ¿Qué puedo hacer Margarita? ¡ella no vive conmigo! – susurró cabizbajo con las manos en los bolsillos de su pantalón.

— ¡Pues trate de recuperarla! Y descuide, regresaré sola a la empresa – expresó decaída — Y por favor… mantengamos las distancias, no es apropiado irnos con ligerezas ¡jefe!

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