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La noche era oscura, pero no hacía falta luz alguna para que las manos del hombre acariciaran las esbeltas piernas y colmarla de besos aquel vientre plano y tembloroso de excitación. Los labios de ella entreabiertos gemía el nombre de la persona que le enseñaba lo hermoso de la vida.

— ¡Leo! — gimió ella cuando sintió que él la volvía a penetrar. Lo hizo sin afán, solo alargó aquella hermosa y dulce sensación que la hacía vivir esa experiencia.

Los movimientos de las caderas del hombre sudoroso eran ondulantes y profundos, él se apoyaba en sus manos para poder embestirla con deleite.

—Te amo, Susy— gimió cuando sintió que lo golpeaba el orgasmo de nuevo— no puedo detenerme.

Ella que también sintió un corrientazo que la mandó lejos, al país de la dulzura y el placer. Gemía a la par d

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