Florida estaba sentada sola en su acogedora cabaña, con sus pensamientos tan turbulentos como un mar tormentoso. El crepitante fuego de la chimenea proyectaba sombras danzantes por toda la habitación, y su calidez no lograba penetrar los zarcillos helados de soledad que se apoderaban de su corazón.
Desde que Manuel la dejó, ella había estado en un constante estado de tristeza e incertidumbre. El vacío de sus días pesaba mucho sobre ella y se encontró anhelando su contacto, su risa y el amor que habían compartido.
Justo cuando Florida se perdía en su melancólico ensueño, un suave golpe resonó en la cabina. Sorprendida, se levantó de la silla y se acercó a la puerta con cautela. ¿Quién podría ser a esta hora?
Cuando abrió la puerta, se le cortó el aliento en la garganta. Allí, de pie a la luz de la luna, estaba Alpha Roger, con su presencia imponente y regia. Sus rasgos cincelados se suavizaron con el brillo de la noche, y en sus manos sostenía un ramo de las flores más exquisitas que F