Luis aceptó su solicitud y se encargaría de organizar todo para ella.
Clara se sintió profundamente agradecida con Luis.
Ese día, pidió a la tía que preparara muchas comidas ricas. Y invitó a Darío, algo que rara vez hacía.
Darío se paró a un lado con una expresión tensa, evidentemente consciente de algo.
—Siéntate y comamos juntos.
—Pero señorita, según las reglas...
—Siéntate.
Darío dejó de resistirse y se sentó correctamente, sin tocar los palillos, y fue él quien tomó la iniciativa de preguntar: —¿Señorita, ya no me necesitas?
En las últimas semanas, Clara ya no había utilizado su silla de ruedas y, aparte de acompañarla a cierta distancia mientras salía, la única misión de Darío era cargar cosas.
Clara ya había notado que, aunque Darío parecía un poco tonto, en realidad era muy atento y perceptivo.
—Ahora ya puedo ocuparme de mis actividades diarias por mi cuenta, y no tienes ninguna utilidad siguiéndome. Pero no te preocupes, ya he hablado con el Sr. León y te conseguirá un buen