Diego sonrió con resignación: —Cariño, llámame papá.
Los ojos de Solaris se llenaron de sorpresa: —¿De verdad puedo? Si mamá se entera...
—No te preocupes, hoy mamá me pidió que viniera a recogerte. Ella está esperándonos para cenar juntos.
Lunia tiró con cuidado de su manga: —Papá.
—Querida.
Los ojos de Diego se humedecieron al ver a estos niños que habían estado separados de él desde pequeños. Un sinfín de emociones afloraron en su interior.
Se agachó y tomó en sus brazos a Aurora, su hija más pequeña, la que más le preocupaba.
—A partir de ahora, no nos separaremos nunca más como familia.
—¡Genial! —Solaris saltaba y brincaba delante de ellos. Tenía un carácter alegre y animado, como un parlanchín que le presentaba a Diego su escuela.
Diego escuchaba pacientemente y ocasionalmente le daba su opinión.
—Papá, he oído que eres muy bueno con las armas. ¿Cuándo me enseñarás?
—Cuando volvamos a la ciudad de Ávila, te llevaré al campo de tiro. Lo que quieras aprender, te lo enseñaré.
Diego