Mónica aún sostenía el cuchillo, manchado con la sangre de su propia madre, mientras se acercaba a Isolda.
La escena era tanto frenética como irónica. Joaquín se interpuso entre Pera y Mónica, temiendo que esta última atacara a Pera, mientras que Eduardo protegía a la pálida y asustada Isolda.
—¡Dios mío, alguien ha sido asesinado! —gritó Manuela, alejándose rápidamente, temerosa de que la sangre salpicara sobre ella.
Clara observaba esta tragedia familiar y pensó que esta familia era completamente desquiciada.
Una madre acusando a su hija, y la hija planeando matar a su madre.
Úrsula había cometido muchos actos malvados, pero ni su madre ni su hija mostraban el menor remordimiento hacia ella. Se lo merecía.
Isolda intentó detenerla: —No te acerques.
—Mamá, ¿cómo puedes rechazarme? Soy Mónica, te amo tanto. No puedes negar mi existencia. —dijo Mónica entre lágrimas.
Eduardo rápidamente controló a Mónica. Mónica nunca había tenido la intención de hacerles daño. Solo lloraba mientras dec