Felipe lanzó a Clara al auto, se subió al asiento del conductor y condujo de regreso a casa.
En el camino, nadie dijo nada. Felipe estuvo fumando todo el tiempo, mientras Clara estaba enfadada.
Cuando llegaron a casa, Clara estaba a punto de discutir con Felipe cuando sonó el teléfono de Juan.
Ella, conteniendo su enojo, respondió:
—Hola, don Juan.
Juan, con impaciencia, preguntó:
—¿Felipe y David volvieron a pelear?
Los labios de Clara se movieron ligeramente:
—Sí.
Juan, indignado, exclamó:
—Estos dos niños no tienen fin. ¿Cuándo nos llevarán a nosotros, los viejos, a la tumba? Los dos primos peleándose todo el tiempo, ¡y ambos casi tienen treinta años! ¡No les importa avergonzarse!
Clara se resignó.
Juan preguntó:
—¿Ambos resultaron heridos?
Clara respondió:
—Un poco lastimados.
Juan, enojado, soltó algunas maldiciones, incluso contra David, como si no lo considerara un forastero.
—He oído que también estabas allí. ¿Por qué fue esta vez?—
Clara tartamudeó:
—