El rostro de Felipe ya no podía estar más oscuro. Sus cejas estaban fruncidas con furia, y su mirada irradiaba una ira ardiente mientras su pecho se agitaba con fuerza. Mantenía su mirada fija en Emilia mientras hablaba con voz firme:
—La muerte de tu padre está relacionada conmigo, pero ¿acaso yo lo maté? Debes regresar y preguntar a tu madre cómo murió tu padre antes de hablar de condiciones conmigo. Tomás, llévatela de aquí. No quiero volver a verla en mi vida.
Felipe estaba realmente furioso, con el rostro enrojecido, los puños apretados y las venas del cuello hinchadas. Su expresión era aterradora.
En el pasado, después del trágico incidente que involucró al padre de Emilia, ella y Sofía estaban desconsoladas. Felipe las cuidó porque las compadecía. Emilia lo consideraba como un hermano mayor y él le proporcionaba lo mejor en cuanto a comida, ropa y vivienda. Nunca habría imaginado que Emilia se volvería tan incomprensible cuando creciera.
Emilia se sintió asustada y balbuceó: