CAPÍTULO NOVENTA Y UNO
Aiden llegó aquella casona hecha de piedra que estaba llena de alfombras rojas y piso de madera de ébano. Los adornos que tenían le daban un aspecto de casa antigua, que se mantenía en el tiempo.
Tenía una chimenea en la sala de estar y cuatro habitaciones ostentosas con camas de colchón de plumas y sábanas de seda. Él se quedó en la habitación de la segunda planta. Dejó la maleta sobre la cama de dos plazas y volvió a bajar para charlar con Schneider, que lo esperaba.
El viejo había traído a su personal de servicio para que le cocinaran a su nuevo invitado y comprador. Aiden se acercó al comedor y se sentó al lado de Schneider, quien esperaba ansioso la cena.
En la mesa de mantel blanco estaba puesta la vajilla de plata, dos copas y una botella de vino.
Una de las empleadas del servicio doméstico le sirvió dos platos de trocitos de terneras con papas rusticas y ensalada verde, que Aiden se comió todo con ansias, ya que hace horas que no probaba nada decente