—No, disculpa, Luciano —dijo Emely con rostro avergonzado—. Tienes razón, yo debo terminar todo esto de raíz. Tienes razón.
Luciano dejó salir un suspiro y después sonrió.
—Conozco unos lindos apartamentos frente a la playa —comentó—. Son accesibles e idóneos para una chica soltera como tú. Además, te quedaría cerca del trabajo. Puedo darte la dirección para que vayas y los veas.
Emely sintió que sus hombros se relajaron.
—Muchas gracias, Luciano.
.
.
.
El apartamento era pequeño, modesto: perfecto para que viviera una sola persona.
—Tiene bonita vista hacia el mar —comentó Diana.
Emely desde hace dos años había adoptado un gato angora y lo trajo consigo. Ahora él descansaba en la ventana, disfrutando el frescor de la brisa veraniega del atardecer.
Ya se había cumplido un mes desde que había roto con Ian y comenzaba a asimilar que no iban a volver a estar juntos. De hecho, acababa de cambiar el número, motivada por Diana (que ya sabía todo, de hecho, la gente comenzaba a sospecharlo)