Llegamos hasta una choza algo grande, el hombre que nos invitó a pasar, nos dice que esperemos ahí, los guardias se ponen más alertas que antes. Mientras esperamos, me pongo a jugar con los dedos de Reese, como de costumbre; me impresiona la enorme paciencia que tiene. La poca luz solar que pasa por las espesas nubes, ilumina mi anillo de plata.
Pasa un rato, y de la choza sale una mujer de la edad de mi cuñado mayor, ella nos mira con los ojos entrecerrados y cuando sus ojos se posan en mí, frunce el ceño, arrugando la frente haciéndola ver mayor de lo que se ve. De forma tosca empuja a uno de sus guardias que están en su camino y se planta frente a mi esposo.
—Tengo muchas cosas que hacer y con el tiempo he dejado de tener paciencia para los idiotas, así que habla ¿Qué quieres?
—Primero que nada, le saludo alfa— Responde de forma amable y con un ligero movimiento de cabeza. —En segunda, hemos venido para ofrecer nuestra ayuda, pero si cree que no la necesita, entonces nos podemos ir