Permanezco en silencio. Alaric, sin esperar respuesta, toma el collar y lo coloca alrededor de mi cuello, como si volviera a marcarme con un símbolo invisible. Soy suya. Le pertenezco.
—No te lo quites —su voz es baja, casi una súplica—. Significa mucho para mí, y sé que para ti también, Liebling.