—¡No miento! ¡El hijo era tuyo!.
Las palabras de Margaret se quiebran en el aire, pero Alaric ya no la escucha. Da media vuelta y sale de la sala sin mirar atrás. Es inútil intentar sacarle la verdad. Obligar a la sirvienta a confesar será mucho más sencillo que arrancar la verdad de los labios de