—¡Ey, Dorothea! —una voz masculina me saca de mis pensamientos desde la barra.
Alzo la mirada y lo veo, levantando la mano para asegurarse de que lo note. Es un viejo amigo con beneficios que hace tiempo no veo. Está en el fondo del bar, rodeado de dos tipos más, cómodos en sillones individuales. S