Lucía apartó la mirada con calma y se concentró en su comida.
Los platillos que los Manade ofrecían a sus invitados eran, naturalmente, exquisitos. Se decía que habían contratado especialmente a un chef de banquetes estatales para la ocasión, por lo que cada plato era una obra de arte que deleitaba todos los sentidos.
Incluso el sencillo postre que sirvieron a mitad de la comida era una especialidad de banquetes oficiales: pudín de almendras.
¡Para Talia, esta mesa era una absoluta "felicidad" caída del cielo!
— Lucía, esto está delicioso... y esto también... y esto... ¡come, vamos! —exclamaba mientras devoraba con entusiasmo, sin olvidarse de animar a su amiga.
Esta última sonrió divertida.
— Sí, estoy comiendo.
Mientras ambas disfrutaban concentradas de la comida, Carlos se levantó repentinamente.
— Lucía, Talia, vengan conmigo un momento.
Las dos lo miraron desconcertadas.
— ¿Para qué? —preguntó Talia.
Poco le faltaba para llevar escrito en la cara "no interrumpas mi comida".
Carlos