Esto... no parecía propio de Mateo.
—Creo que debo recordarte que quedan seis horas hasta el atardecer, y entonces terminará el día.
—Sí. Aunque quisiera estar contigo cada momento, sé que si no duermes la siesta en invierno, estarás cansada por la tarde.
Lucía guardó silencio un momento: —Entonces quiero una habitación para mí sola.
El hombre sonrió, aunque sus ojos estaban llenos de amargura: —Así estaba planeado. No soy tan... sinvergüenza.
Lucía no comentó nada.
La amargura en sus ojos se extendió: —Aquella vez en la mansión... verte recoger los libros para irte me enfureció tanto, no sé en qué estaba pensando cuando... Después me pregunté por qué perdí el control y actué así... por un lado, llevabas días sin dar señales de vida y te extrañaba desesperadamente; por otro, quería asustarte un poco, esperando que volvieras por tu cuenta...
La mirada de Lucía hacia él era indescriptible, mezclando incomprensión ante lo absurdo y compasión. Sí, compasión. Alguien que ni siquiera sabe ex