Ding dong... Las puertas metálicas se abrieron y Lucía salió.—Profesor.—¿Dónde estabas?Hablaron al mismo tiempo, pero con emociones muy diferentes. Lucía estaba relajada, mientras Daniel mostraba cierta inquietud que ocultaba preocupación.—Me encontré con Jorge abajo, me entretuve un poco. Tome, profesor, agua.Lucía sacó una botella de la bolsa. Daniel vio el logo del supermercado de importación de la otra calle. Lucía no habría ido tan lejos, así que...—¿La compró Jorge?—Sí. Cuidé a sus abuelos mientras él iba al supermercado. Los ancianos solo beben esta marca.Daniel tomó la botella.Lucía miró hacia el interior: —¿Ya terminó?Daniel negó: —No. Hay bastante gente en la cola, tardará un rato más.La incomodidad anterior estaba aún fresca en su memoria; no quería volver a ser empujada.Aunque...Lucía miró el libro en manos del hombre: —¿Profesor, va a hacer cola para la firma?—Esperaré hasta el final, sin apretujarme con ellos.—¡Sí, sí! —Lucía asintió enérgicamente. ¡Exacto
Al llegar al restaurante argentino, el camarero los condujo directamente a un reservado.Pidieron la comida y empezaron a compartir los diversos cortes de carne.Talia tenía razón con su recomendación: la calidad era excepcional, la carne estaba tierna y los condimentos picantes le daban un toque especial.Durante la cena, Lucía fue al baño. Al volver, encontró un helado de vainilla en su sitio.—Para el picante —explicó Daniel.Ella sonrió agradecida, pensando en lo atento que era el profesor.Después de comer, Daniel fue a pagar.Junto al restaurante había un mercadillo nocturno, bullicioso y lleno de gente. Carolina quiso ir y Sergio la acompañó alegremente.Lucía, pensando que sería descortés que toda la familia se marchara mientras Daniel pagaba, lo esperó en la entrada.Pronto salió Daniel con una bolsa de papel: —Vi que te gustó, así que pedí una porción para llevar. Cómela esta noche, no la guardes para mañana, el melón no sienta bien si se guarda.—Vale —asintió Lucía.—¿Y la
—Ya está.Lucía movió el cuello y la cabeza; la pinza estaba perfectamente firme, sin la menor señal de aflojarse.—¡Vaya! Tu novio aprende rápido, ¡lo ha hecho mejor que yo! —comentó la vendedora sonriendo.Daniel sonrió.Lucía intentó explicar: —Él no es mi...Pero la vendedora no la dejó terminar:—En muchas culturas antiguas, recogerse el pelo simbolizaba el matrimonio. Si la pareja era armoniosa, el marido peinaba a su esposa, como dice el poema: Mis manos entre tus trenzas,como mi abuela peinaba a mi abuelo, tus cabellos negros como la noche de Michoacán, se desligan bajo mis dedos...—En varios países orientales actuales, cuando un hombre peina a una mujer, simboliza envejecer juntos, unidos para siempre. Lástima que los hombres de hoy ni siquiera quieren ayudar con un simple peinado, son unos perezosos.—Pero tu novio es especial —la vendedora miró a Daniel con aprobación—. Aprende rápido y, lo más importante, tiene paciencia y está dispuesto a ayudar.—Él no es... —intentó Lu
—No es necesario, yo... —Daniel hizo una pausa y continuó—: Ya hay alguien que me gusta.—¿¡Qué!? —Los ojos de Sergio se iluminaron al instante—. ¿En serio? ¿Ya te le declaraste? ¿Por qué no están juntos todavía?Una ráfaga mortal de preguntas que dejó a Daniel resignado - si hubiera sabido, mejor se quedaba callado.Se despidieron en la entrada de la casa. Daniel giró a la izquierda para entrar a su hogar, mientras la familia de tres se dirigió hacia la derecha. Carolina le agradeció con una sonrisa:—Daniel, hoy te hicimos gastar mucho.—Señora, no diga eso. Hoy conseguí su libro autografiado, así que yo salí ganando —comentó él, provocando que Carolina sonriera de oreja a oreja.Lucía fue a ducharse como de costumbre: se recogería el pelo y se pondría el gorro de baño para no mojárselo. Sin embargo, al llevar la mano hacia atrás, solo encontró el broche - tardó en darse cuenta de que su cabello ya estaba recogido. Se miró al espejo y sacudió la cabeza con fuerza, pero el broche ni s
—Si no sabemos qué pedir, vamos por lo más caro —había dicho Carolina—. Aunque el precio no lo es todo, al menos demuestra nuestra sinceridad.Como era de esperar, Manuel arqueó las cejas al escuchar el nombre del restaurante, pero después de pensarlo un momento, no le pareció tan extraño. Siendo una cena de agradecimiento, era lógico que fuera en un lugar de categoría.El viernes al atardecer, Manuel llegó diez minutos antes, pero la familia de Lucía ya estaba esperando en el reservado. Lucía también había invitado a Paula, pero esta llevaba dos días haciendo horas extra y no pudo asistir.—¿Segura que no vienes? Manuel estará allí —le había insistido Lucía.Paula puso los ojos en blanco y respondió con altivez: —¿Y qué si está él? ¿Tengo que ir solo porque él va?—Como son novios, después de cenar podría acompañarte a casa.—Bah, ¿quién necesita que me acompañe? ¡Tengo coche! Además, sabes que lo nuestro es falso, no me molestes con eso...En el reservado, Manuel saludó sonriendo: —S
Recordando a la madre de Sofía y a su hermano delincuente, que armaron ese escándalo en la empresa de Mateo hace poco... menos mal que perdió al bebé, si no...—La señora Mercedes se habría desmayado de la angustia —murmuró Manuel.Pronto llegó el conductor que había pedido.—¡Señor! ¡Señor! ¡Un momento, por favor! —El gerente del restaurante corrió tras Manuel justo cuando este abría la puerta trasera del coche.—¿Qué sucede?—Verá, nuestros camareros encontraron un chal con un broche al limpiar el reservado, debe ser de alguna de las señoras...Como la familia de Lucía ya se había ido, el gerente al ver a Manuel, que había estado en la misma mesa, lo detuvo.—Démelo, yo se lo haré llegar —Manuel tomó el chal y lo dejó en el asiento trasero, pensando en enviárselo a Lucía mañana por mensajería.—Adelante, conductor.—Sí, señor.A medio camino, llamó Diego:—¡Cabrón! ¿Dónde estás? ¿Has visto la hora? ¡Solo faltas tú! No me digas que tanto juergueo estos días te ha dejado sin fuerzas...
Al salir, los tres habían bebido y cada uno sacó su teléfono para pedir conductor.Mientras esperaban, a Diego le dio el antojo de fumar. Con el cigarrillo en la boca, fue a encenderlo pero no encontró su mechero.Le pidió uno a Manuel, quien señaló hacia el coche: —En el asiento trasero, búscalo tú mismo.Diego abrió la puerta y se inclinó dentro del coche.—Ah, aquí está... —Encendió su cigarrillo y le devolvió el mechero a Manuel. Recordando el chal que había visto en el asiento trasero, sonrió con malicia—: ¿Desde cuándo te gusta "divertirte" en el coche?Manuel lo miró confundido: —¿Divertirme? ¿De qué hablas?—Tú sabrás. ¿De dónde salió ese chal? Eso solo lo usan las mujeres, ¿no? Y además es color amarillo pálido. Confiesa, ¿qué florecita lo dejó ahí?Manuel hizo una mueca: —No digas tonterías.—Vaya, qué raro que no lo admitas, no es propio de ti.—¡¿Qué voy a admitir?! Es de la madre de Lucía, pensaba devolvérselo mañana. Deja de imaginar cosas. Tienes la mente en el arroyo, n
—¿Qué? —Diego se quedó perplejo, sin entender.—¿Me equivoqué al terminar con Lucía?—Mateo... —la mirada de Diego era difícil de descifrar—. ¿Recién ahora te das cuenta?Mateo suspiró con resignación.—¡Lucía es una mujer excepcional! Si fuera yo, no dudaría en valorarla, yo...¡Ups!Dándose cuenta de su desliz, Diego se corrigió rápidamente: —Por supuesto, no lo digo con esa intención, es solo una suposición. Si yo fuera tú, definitivamente no la habría dejado escapar.Las buenas mujeres no abundan en el mercado, ¿verdad?Una vez que las sueltas, ¡seguro hay montones de pretendientes!—Siendo honesto, el día de mi cumpleaños, cuando Lucía vino tan contenta a celebrar conmigo y tú le pediste terminar frente a todos, ¡me quedé helado!—¡Incluso Manuel! Después me dijo en privado que tarde o temprano te arrepentirías.Solo que no esperaba que sucediera tan pronto.Pensó que habría más idas y vueltas entre ustedes, después de tantos años juntos, pero quién hubiera imaginado que esta vez