5 Difamada

Había pasado un mes sola en la cabaña cuando se dio cuenta, su periodo no había vuelto a aparecer, había estado muy deprimida y con malestares, al principio supuso equivocadamente que era debido a todo el estrés que había estado experimentando, pero no era así.

Comenzó a sospechar que había algo más, solo rogaba al cielo que no fuera cierto y que estuviera en un error. Al menos su pie ya estaba mucho mejor, pero su vientre había comenzado a crecer inevitablemente, despejando las dudas y exponiendo su temor más profundo…

— Estoy embarazada.

El miedo y la depresión hicieron mella en ella, pero debía salir adelante, no podía dejarse rendir, aunque no estaba preparada para decírselo a Arianna, ni tampoco a Luca, esperaría un poco más, se sentía como una pesada carga para ambos.

— Allegra, te dejaré suficiente efectivo para que vivas por varios meses — Le había dicho Arianna la última vez que la vio — En este momento la policía y unos investigadores privados pagados por tu marido están tras de mí como perros rabiosos, no podré venir a verte por un tiempo, así que tendrás que ir hasta el pueblo, hay combustible en el garaje, usa el Jeep y por favor, cuídate mucho, no mires a las personas a la cara, evita que te vean de frente.

Así, Allegra debió comenzar a aventurarse sola al pueblo, al principio fue atemorizante, pero luego se armó de valor y solo evitaba lo mejor que podía las miradas de la gente, usaba una gorra beisbolera y dejaba caer el cabello sobre su rostro. Nadie creería que una chica con ese aspecto era en realidad la refinada Allegra Rici.

Un día tomó el Jeep y salió al pueblo a hacer compras, intentaba gastar lo menos posible para rendir el dinero, los chicos no habían vuelto a visitarla por temor a que los siguieran hasta ella, de manera que continuó yendo al pueblo por provisiones y combustible.

En una tienda, una mujer se acercó y se le quedó mirando.

— ¿Cuántos meses tienes querida?

Allegra prácticamente saltó de la impresión.

— Perdón, ¿Qué me dijo?

— ¿Que cuántos meses de gestación tienes niña?

Ella ni siquiera estaba segura.

— Seis meses, señora…

— ¡El padre debe estar feliz! Los hombres se ponen orgullosos de que su semilla se esparza por el mundo.

Allegra no respondió, sintió un nudo en la garganta y quiso salir corriendo.

— Vives con él, ¿No es cierto?

Ella negó con la cabeza.

— Ah, no eres la primera, sacarás adelante a tu pequeño…

— Ya me tengo que ir, fue un gusto…

— Cuídate mucho y come vegetales… — Terminó de decir la anciana mientras ella se escabullía para pagar la cuenta cuando escucho la voz de Francesco Romano y se quedó de piedra, totalmente inmóvil, con la vista sobre el pequeño televisor de la tienda.

Sintió que las náuseas la invadían y pensó que devolvería todo el estómago allí mismo. Puso las compras sobre el mostrador mientras la dependienta sacaba la cuenta.

— Entonces Francesco, ¿Puedo decirte Francesco, verdad? — La entrevistadora coqueteó con él visiblemente, era difícil que una mujer no se sintiera atraía ante semejante monumento de hombre.

— Sí, claro, dime Francesco.

— Francesco, ¿Cómo es que supiste que ella te estaba engañando con su ex novio?

— Siempre lo supuse, Allegra estaba más interesada en su supuesta galería de arte que en mí, y quien la apoyó en el proceso de su negocio fue Luca Ferrini, así que pasaba mucho tiempo con él, solo era cuestión de tiempo para que sucediera algo de nuevo entre los dos.

Un par de chicas que estaban tras ella en la fila para pagar, hicieron un comentario pesado sobre la entrevista hiriendo a Allegra en lo más profundo.

— ¡No entiendo como alguien puede traicionar a un hombre como ese!

— ¡Si yo tuviera la suerte de casarme con él, nunca lo dejaría por nada!

— Seguramente estaba a su lado solo por el dinero.

— ¡Mira que matar al bebé de su cuñada solo por la plata!, ¡Eso no tiene perdón!

— Es verdad, ¡es una cualquiera! ¡Y una asesina!

Allegra trató de hacerse oídos sordos de la conversación de ambas chicas y se concentró en la voz de su marido en la televisión.

— ¿Y por qué lo permitiste? — Continuó preguntando la mujer en la entrevista.

— No soy posesivo, creí que me amaba, ¡Pero me equivoqué! — Dijo con amargura, Allegra podía escuchar su decepción, estaba completamente convencido de que ella era la peor persona del universo.

— ¿Volverías con tu esposa?

— ¡Jamás! Esa mujer es una homicida, ¡Y está muerta para mí!

La entrevistadora sonrió coqueta y por la mejilla de Allegra rodó una lágrima cargada de dolor.

— Son cincuenta euros, signora.

— ¿Qué?

— La cuenta, son cincuenta euros — Repitió la chica.

Allegra salió devastada, escuchar a su esposo hablar así con ese desprecio de ella había sido espantoso, se sintió más sola que nunca, desamparada y aturdida.

Subió al Jeep y condujo de regreso, pero a mitad de camino el malestar y las náuseas la obligaron a detenerse en la vía y a bajarse del auto para devolver el estómago, las arcadas la doblaron y el dolor en el pecho le oprimía el corazón.

¿Y ahora que iba a hacer para salir adelante? Todo su mundo se había venido abajo, como si un torbellino hubiera arrasado con todos sus sueños, tener una familia hermosa, ser amada por el hombre de su vida, tener su propio negocio en algo en lo que era buena…

Nada, ya no le quedaba nada más que su bebé, se aferraría a él con todas sus fuerzas, sería su nuevo motor de vida, su razón para sobrevivir a esta pesadilla.

La policía había estado investigando, pero les había costado mucho obtener una orden para el acceso a los videos de las cámaras de seguridad de la mansión Romano, cuando al fin el juez la extendió, ya Giorgio había dado la orden hacía tiempo de desaparecer todo lo que pudiera dar el mínimo margen de duda de que Allegra era culpable. De modo que no hallaron nada útil para el caso.

Sin embargo, lo que Giorgio Romano no sabía, era que el empleado de la seguridad de esa noche había hecho una copia de todo y la había escondido, esperando poder extorsionar a la familia o al viejo más adelante cuando fuera oportuno, pero no era el único que sabía a toda la verdad, el hombre que había dejado el portón abierto esa mañana para que Allegra lograra huir también.

Hasta ahora ninguno de los dos había abierto la boca, uno por temor a perder su empleo, y el otro esperando al mejor momento para sacarle dinero a Don Giorgio. El portero no creyó necesario arriesgarse ya que la joven esposa del señor Francesco estaba escondida, o había escapado de la mano terrible de la familia Romano, así que mientras no la atraparan se mantendría en silencio.

— Señora Romano, ¿Podría usted decirme porque estaba afuera esa noche, cuando todos los demás celebraban el cumpleaños de su suegro? No parece lógico que una mujer en su estado se hubiera expuesto a la orilla de la piscina…

Dijo el agente de la policía que llevaba el caso.

Ginebra se sintió acorralada.

— Giorgio, la policía está haciendo muchas preguntas, estoy muy aturdida — Fingió estar mareada Ginevra ante la mirada incómoda y muy observadora de Fiorella Romano que comenzaba a notar actitudes extrañas en la viuda de su hijo hacia su esposo.

— No te preocupes por nada Ginevra, no dejaremos que te atormenten con nada, tú no eres la victimaria, eres la víctima — Y mirando al policía le escupió con frialdad — No tiene derecho de venir a mi casa a atormentar a una madre que ha perdido a su hijo, ¡Cuando debería estar buscando a la causante de toda la desgracia!

— Señor Romano, solo es el procedimiento de rigor, no estamos acusando a la señora Ginevra de nada.

— Pues valla a hacer su procedimiento de rigor a otra parte, ¡Como por ejemplo a sacar a allega de donde esté! — Soltó interponiéndose entre el policía y la viuda.

Fiorella analizaba toda la escena en silencio mientras ataba cabos en su mente.

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