Bianca lo miró fijamente y esbozó una pequeña sonrisa.
—Rupert, ¿de verdad crees que no te he descubierto? Viniste hoy porque nunca planeaste dejarme ir. No importa lo que diga, el final ya está decidido, ¿verdad?
Rupert se quedó desconcertado. No esperaba que ella dijera eso. La mujer que tenía delante ahora estaba tranquila, aguda y no se parecía en nada a la chica asustada de antes.
—¡No intentes hacerte la lista! —gritó Rupert, perdiendo la paciencia—. Parece que tendré que lastimarte antes de que me escuches.
Le hizo una señal a su hombre para que cortara el rostro de Bianca.
Pero justo cuando el hombre levantó la mano, una sombra oscura apareció de la nada y lo derribó de un solo golpe.
Rupert se quedó atónito. Sus ojos se abrieron con incredulidad. ¿Por qué sus propios guardias se volvían contra él?
En ese momento, otro hombre le puso una daga en el cuello.
—Tú… —jadeó Rupert, creyendo que era uno de los suyos. Pero al mirar bien, se dio cuenta.
No eran sus hombres. ¿C