Bianca llamó a los dos guardaespaldas que Dave le había asignado a su oficina. Ellos no se atrevieron a ignorar la orden. En cuanto entraron, la saludaron formalmente y se mantuvieron erguidos.
—¿En qué podemos ayudarla? —preguntaron.
Se comportaban como guardias reales entrenados.
Bianca aún no se acostumbraba a lo rígidos que eran con ella, pero sabía que no podía cambiar eso. Así que fue directa al grano.
—¿Podrían fingir ser descuidados? Dejen que mis enemigos crean que tienen la oportunidad de secuestrarme. Pero manténganse lo suficientemente cerca para protegerme.
Los dos guardias se alteraron. Uno de ellos respondió enseguida:
—No podemos hacer eso. ¿Qué le diríamos a nuestro jefe si algo le pasa?
Bianca cruzó los brazos y los miró fijamente.
—¿Y quién soy yo para ustedes?
—¡Señora Evans!
—Si no obedecen mis órdenes, ¿de verdad están cumpliendo lo que su jefe pidió? ¿O solo obedecen por costumbre?
—Intervendremos si percibimos peligro —contestó uno de ellos.
—Eso es