Reece desvió la mirada, jugueteando con su reloj.
—No sé a qué te refieres —dijo en voz baja.
Dave entrecerró los ojos.
—Pruebas falsas. Acusar a una inocente. Has ensuciado tu propio nombre. Me arrepiento de haber apoyado tu firma.
Reece levantó la vista con expresión tranquila.
—¿Tienes pruebas? Si no, podría demandarte por difamación.
Dave soltó una breve risa ante la osadía de Reece. Luego preguntó, esta vez con más seriedad:
—¿Quién te presionó para hacer esto? ¿Fue mi abuelo?
—Nadie —respondió Reece, sin inmutarse.
Dave entendió que no diría nada más. No valía la pena alargar la conversación.
—He retirado mis inversiones de todas tus sucursales. También detuve la expansión de tu firma. Algún día, vas a pagar el doble por lo que le hiciste a Bianca —dijo, dándose la vuelta para marcharse.
Pero Reece volvió a hablar:
—Dave, que me odies o no, da igual. Ya hice lo que tenía que hacer. De hecho, te hice un favor.
Dave se detuvo. Se giró, confundido por sus palabras, y lo miró fijame