♤ CAPÍTULO 2 ♤

Desde muy tempranas horas de la mañana Angelina vio al joven Caden ir hacía las caballerizas. El joven iba acompañado de Gustavo, uno de los mozos de cuadra, al notar su cercanía se escondió entre los arbustos, no era su deseo traerle problemas a su madre, así que esperó a que entraran en los establos para luego continuar su camino. Le habían encomendado buscar a Jorge el jardinero y por desgracia para llegar al jardín debía ir por el camino cerca de las caballerizas. Cuando entraban en las caballerizas, Angelina decidió seguir su camino lo más rápido posible, pero por desgracia el deseo de volverse invisible no sucedió, Gustavo la sorprendió.

   —Hola, Angelina —Angelina contestó su saludo entre dientes sin levantar el rostro.       

   —¿Qué pasa contigo hoy? ¿Te han cortado la lengua en la cocina? ¡No pareces la niña que conozco!

   —Estoy apurada debo buscar a Jorge. 

   —No hace falta que camines mucho, ese viejo testarudo está aquí —le indicó, y en acto seguido le gritó a Jorge: —¡Jorge, viejo testarudo te necesitan en la mansión! —Dicho aquello, Jorge salió rezongando, Gustavo y Caden comenzaron a reírse, de igual manera Angelina.

   —No te quedes ahí, acércate —Angelina dudo, pero accedió. Ya cerca, Gustavo paso la mano por el cabello de la joven.

   —¿Qué te pasa Angelina? ¿Por qué no querías venir?

   —Ya te dije, buscaba a Jorge.

   —¿Y por eso andas cabizbajas? Seguro esa expresión de avestruz es porque Clara te regañó, o mi madre no te quiso dar chocolate —Angelina trató de contestar, pero temía enormemente verle el rostro a Caden.

   —¿Marie hizo chocolate? —preguntó Caden introduciéndose en la conversación.

   —Es muy probable que sí, el ama de llaves siempre da instrucciones que prepare postres —le respondió Gustavo. Caden suspiró y dijo: —mi madre es muy estricta y hasta insoportable en ese aspecto, siempre me prohíbe comerlos; bueno… únicamente lo permite luego de algunas comidas —dijo el chico, luego se dirigió a Angelina.

   —¿Te llamas Angelina?

   —Si —respondió ella casi en un susurro y sin levantar el rostro.

   —Mi nombre es Caden —, en acto seguido le extendió la mano, pero Angelina no lo notó, puesto que aún parecía un avestruz.

   —Angelina, el señorito Caden te está extendiendo la mano, no seas mal educada —solamente así la niña levantó la cara y pudo ver de cerca el rostro del joven Caden.  

   Sus ojos eran de un verde profundo, los más verdes que ella había visto en su vida. Caden Greenwood le pareció un joven dulce luego de regalarle aquella sonrisa de complicidad.

   —Dime Angelina, ¿quieres que te ayude a robar chocolate? —los ojos de la niña se iluminaron.

   —¡Será un placer!

   —Oigan chicos no creo que haga falta, mi madre se los daría si se lo piden.

   —¿Entonces dónde estaría la gracia? —dijo Angelina apelando a la travesura, Caden volvió a sonreír.

   —Exacto donde estarían la travesura.

   —¡Dios los hace y ellos se juntan! Pero me temo jovencitos que sus aventuras serán para después, le recuerdo joven Caden que ya su caballo está listo —.

   —Angelina, ¿sabes montar?

   —Un poco, gracias a Gustavo que me ha enseñado.

   —¡Entonces ven conmigo! —dijo el chico entusiasmado —Alyssa es tan aburrida y aquí no tengo muchos amigos.

   —¿Tu hermana no sabe montar? -

   —No, mi madre dice que no es deporte para señoritas.

   —¡Angelina! —la voz de Clara rompió la pequeña plática.

   —Es mi madre debo irme —la muchacha echó a correr, mientras se alejaba Caden le gritó: —¡No olvides lo del chocolate, es un pacto!

   —Tampoco lo olvidaré —le respondió ella emocionada y a la vez pensando que aquel chico no era tan malo como su madre le había hecho creer.

    Angelina entró a la cocina manifestando una amplia sonrisa, el espacio estaba muy agitado; todos los cocineros de la mansión, entre ellos Marie, estaban amasando y desplumando aves.

   —Te he estado vigilando, ¡Te dije que no te acercaras a los hijos de los dueños! —la reprendió, Clara apenas la vio entrar, Angelina no prestó atención, su mente estaba en otro lugar, un lugar donde ella se sentía emocionada; veía en aquel joven rubio de ojos verdes un nuevo compañero de aventuras —. Lo hago por tu bien hija —enfatizó Clara sacando a Angelina de su ilusión.

   —No volveré a hablar con él, lo prometo —contestó la joven, cruzando sus dedos tras sus espaldas.

   Los Greenwood planeaban hacer una fiesta donde asistirían las aristocracias más prominentes de Londres. Angelina veía por la puerta de la cocina como los empleados iban y venían con prisa, moviendo y decorando los interiores de la mansión, mientras los observaba no pudo evitar imaginarse bailando con un vestido elegante en aquel inmaculado piso, el soñar no le estaba prohibido, pensó.

   —Angelina, ayúdame a subir la merienda de los señoritos —le pidió Martina (una de las sirvientas de la mansión) rompiendo la burbuja de cristal en donde se había sumido la niña. 

   Martina y Angelina subieron las grandes escaleras entre risas y anécdotas, Martina antes de llegar a la puerta de la alcoba tomó una de las galletas que llevaba y se la entregó a compañera.

   —Será nuestro secreto, guárdala en tu bolsillo —le indico, Angelina obedeció. Ya frente a la puerta de la habitación, Martina tocó.

   —Pasé—dijo una voz aguda; al abrir Angelina pudo ver a una joven de su misma edad, era hermosa en todo su esplendor, los rayos de sol que entraban por la ventana chocaban contra los risos perfectos de color oro de su cabello, Alyssa no parecía de este mundo ¡Ella tenía que ser un ángel!, pero Angelina pronto se dio cuenta de su equivocación. El cuarto estaba lleno de hermosas muñecas y cajas musicales; cada objeto se encontraba bien ordenado. Angelina guardó la esperanza de que Alyssa al verla encontraría de inmediato en ella a una cómplice de juegos, tal como le había sucedido con su hermano, no obstante, aquello no sucedió, todo lo contrario; la presencia de Angelina fue como un fantasma para Alyssa que ni siquiera dejo de leer su libro para voltear a verla. Cerca de la cama de Alyssa, reposaba un elegante vestido, era de color rosado con adornos de finos encajes y complicados bordados.

   —Es hermoso —pensó Angelina. Las voces en su cabeza se silenciaron, cuando Martina comenzó a colocar en la mesa la merienda de la joven; en ese momento entró Caden.

   —¡Llegue a buena hora! —exclamó con una sonrisa mordaz en sus labios.

   —Es mi merienda —aclaro Alyssa con desdén.

   —Es mucho para ti, no te lo comerás todo —replico su hermano.

   —No hay porque pelear, traje suficiente —dijo Martina para calmar los ánimos, Alyssa giró a verla con mirada despectiva, Angelina sintió un frío golpearle el alma, en la mirada de Alyssa ella conocía la maldad.

   —¡Nadie le ha pedido que hable! —riñó la joven con sorna.

   —¡No seas grosera! La señora merece nuestro respeto; recuerda lo que te ha dicho mi padre —la reprendió Caden.

   —No se preocupe, señorito —agradeció Martina por su intervención —, es mejor que nos marchemos —. Caden no había notado que Angelina yacía escondida detrás de Martina, la joven deseó ser invisible, pero aquello una vez más no se le cumplió, Caden la había dejado al descubierto.

   —Hola, Angelina —saludó el chico, —¿Aún sigue en marcha lo de nuestro plan? —le recordó con complicidad. Angelina le sonrío, ella sintió que Caden era diferente a su frívola hermana, fue en ese momento que Alyssa se dignó a contemplarla, Angelina deseo que nunca lo fuera hecho, aquella mirada marcaría para siempre el inicio de un camino de humillaciones y heridas por parte de Alyssa.

    La rubia contempló a Angelina con altivez y repudio, luego de un breve sondeo manifestó refiriéndose a su hermano: —¿Por qué le hablas a esta niña con tanta familiaridad?

   —Es mi amiga y me cae bien, ella no le teme montar a caballos como tú.

   —¡Yo no les temo a los caballos! —riño lanzando el libro contra el piso, Martina abrió la puerta para marcharse llevándose a Angelina para salvarla de aquella rabieta, pero Alyssa la detuvo.

   —¡No les he dado permiso para que se retiren! —Martina quedó lívida con el genio que se gastaba aquella mocosa de doce años, deseo ferozmente darle una buena tunda, era más que evidente que le hacía falta, ¡si así era de pequeña no querría verla ya de mujer!

   —¡No puedes juntarte con esta niña, es una sirvienta! —gritó casi arrancándole la cabeza a una de las muñecas para lanzársela a Caden. Angelina sintió pavor de aquella joven que hace poco había comparado con un ángel, entonces comprendió que las apariencias solían engañar, la dulzura no siempre venía encerrada en un estuche de belleza física.

   —¿Y qué con eso? —, la reto su Caden con una gran sonrisa que logró molestar más a su hermana —, deberías de jugar con nosotros a ver si de una vez por toda se te quita ese genio de los mil demonios que te acompaña.

   —¡Jamás jugaré con esa sirvienta fea y mal oliente! —las palabras malvadas e hirientes de Alyssa rompieron el corazón de Angelina que salió corriendo de la alcoba envuelta en lágrimas; entonces entendió a su madre y odio a Caden por haberle dicho a su diabólica hermana que era su amigo cuando no era cierto ¡Solamente se habían dirigido un par de palabras!

   Angelina corrió escalera abajo, los ojos llenos de lágrimas no la dejaban ver bien, con el dorso de su mano los limpios bruscamente, debía haberle hecho caso a su madre. Martina venía tras sus pasos, la alcanzó y la detuvo.

   —¡Angelina, óyeme! —le pidió, pero la niña no quería subir el rostro.

   —No debes llorar por los insultos de esa señorita ¡Debes ser fuerte!

   —Ella tiene razón, somos diferentes, yo soy fea y ella no lo es… no hay muñecas que se parezcan a mí-

   —Qué mal estás Angelina ¡No repitas eso nunca más! No sabes lo que dices —seguidamente le limpio las lágrimas con el delantal —vamos a la cocina, quiero mostrarte algo—. 

    La cocina por alguna extraña razón estaba desierta, Angelina agradeció que así fuera. Ya en la cocina Martina le acercó dos tomates, uno era grande, rojo y muy brillante; el otro pequeño y rojo, pero no muy atractivo, aunque estaba en buen estado.

   —Dime Angelina ¿Cuál de estos dos tomates escogerías? —la interrogó extendiéndoselos, al principio no entendía, sin embargo, se decidió por el más bonito.

   —Ahora pruébalo —la insto, Angelina lo hizo.

   —¿Qué tal su sabor?

   —No está mal.

   —Bien, ahora prueba al tomate que rechazaste —. Angelina lo tomó e hizo lo que Martina le pedía, cuando lo probó y saboreo el rostro le cambio, notó que su sabor era mejor, más jugoso y dulce, comprobó que el primero era desabrido, entonces entendió por qué Marie siempre escogía estos tomates para sus famosas salsas ¡El secreto eran ellos!

   —¿Cuál te ha gustado más?

   —¡El segundo! —respondió rápidamente, Martina sonrío.

   —¿Notaste que el que rechazaste por la apariencia sabe mejor?

   —Si —dijo la niña en un hilo de voz.

   —Angelina, así es la señorita Alyssa, ella es como el primer tomate que escogiste por ser más grande y brillante, pero que al probarlo es desabrido y sin gracia, en cambio, tú eres como el segundo tomate; quizás no uses esos vestidos fastuosos como ella, ni tu cabello sea rubio como el sol; sin embargo, tu alma es más hermosa y por si no lo has notado al señorito Caden le caíste en gracia —Angelina no pudo evitar sonrojarse. Martina lo notó y la abrazó sonriendo.

   —Jamás dejes que alguien rompa tus alas, la belleza es relativa, cada persona tiene su propio concepto de lo que es atractivo y de lo que no lo es, así que seca esas lágrimas, eres muy joven para estar sufriendo por esa vanidad humana —Angelina abrazó con fuerza a Martina

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