91. MOMENTO DE OBLIGARME A HABLAR
Su mirada se torna dorada, y por un instante, juro que veo en sus ojos a mi querido lobo. Su mano aprisiona la mía con firmeza, evitando que caiga de la escalinata del carruaje. Debería sentir miedo, pero lo que se agita en mi pecho es una emoción distinta, salvaje y desconocida. Me asusta... y, sin embargo, también la disfruto.
¿Acaso por fin enloquecí? Talvez. Después de todo, mis noches transcurren en compañía de un gran lobo negro que me lleva en su lomo a paisajes de ensueño. ¿Es solo una fantasía? No lo sé. Pero sí sé que esa ilusión me ha dado la fuerza para intentar volver a conectarme con el mundo.
Subo al carruaje y me acomodo junto a la señora Rebeca, incapaz de apartar la vista del señor Alan. La puerta se cierra, pero su imagen sigue grabada en mi mente. No puedo negar que, desde el primer momento en que lo vi, deseé ser una muchacha normal, de esas que suspiran y se ruborizan ante los misterios y peligros que encierra un hombre como él. Pero en su lugar, soy esta versión