PREFACIO
—No.
La palabra era tan absurdamente sencilla, y a la vez tan incomprensible para él que Elliot se quedó allí, con aquella rodilla clavada en el suelo, aturdido.
—¿Qué…?
Parecía estúpido volver a preguntar, pero al parecer tenía un lado masoquista que no podía evitarlo.
—No, Elliot, lo siento, no puedo casarme contigo.
Elliot frunció el ceño y se levantó despacio, y luego cerró de golpe la caja de terciopelo azul marino en la que brillaba aquel anillo de compromiso.
Miró a Emma como si estuviera viendo a una extraña y no a la mujer con la que había compartido los últimos años.
—¿Pero qué demonios, Emma…? ¿¡Cómo que no!? —exclamó, arrepintiéndose de haber preparado aquella m*****a propuesta en el restaurante favorito de su novia, ¡a la vista de todo el maldito mundo!—. ¡Has pasado el último año suspirando en cada boda a la que vamos, no dejas de mandarme indirectas, y ahora que estoy aquí con todo… las velas, la champaña… el puto anillo…! ¿…me dices que no?
Ella se puso de pie con los puños apretados.
—Es que es eso precisamente, Elliot. Lo estás haciendo porque todos los demás lo hacen. ¡No porque realmente quieras!
Elliot abrió mucho los ojos.
—¿Emma, te has vuelto loca? ¿De verdad crees que me casaría contigo solo por salir del paso? —la reconvino, escuchando cómo los cuchicheos se extendían por todo el salón—. ¡Llevamos cinco años juntos, por amor de Dios! Te amo. Pensé que eso estaba claro. ¡Y quiero casarme contigo!
Ella negó con un suspiro cansado, como si lo hubiera pensado demasiado.
—¡No estás listo para esto, Elliot!
—¿Disculpa? —le gruñó él, acercándose.
Sentía tanta frustración, tanta rabia. Había pasado semanas pensando en la forma más linda, más dulce, más romántica de proponerle a la mujer que amaba que se casara con él y ella le salía con aquellas estupideces.
—¡No estás listo para casarte, Elliot! No estás listo para tener una familia, hijos… para un compromiso serio. Eso no es lo tuyo.
Elliot retrocedió vivamente mientras su rostro enrojecía.
—¿¡Pero qué diablos dices, Emma!? ¿Qué m****a he estado haciendo contigo en los últimos cinco años si no es comprometiéndome? —le gritó y los camareros se movieron nerviosos por toda la estancia—. ¿Qué m****a es esto entonces?
Elliot señaló a la mesa donde el champán se calentaba lentamente. Sentía que le iba a dar un colapso de la rabia. Amaba a Emma con todo su corazón. Las cosas con ella nunca habían sido un camino de rosas, y a pesar de eso Elliot jamás se había rendido en aquella relación… Pero ahora…
—Lo siento. De verdad no puedo hacerlo —dijo ella con firmeza y Elliot retrocedió—. No estás listo.
—Tú no eres quién para juzgar eso —siseó él por lo bajo, cerrando los ojos y encajando aquel golpe.
Casi pudo escuchar los pedazos de su corazón cayendo a sus pies. Solo él sabía cuánto se había esforzado por demostrarle a aquella mujer que la amaba de verdad, pero allí estaban, cinco años después, y ella lo estaba rechazando delante de todo el mundo.
—¿Sabes qué, Emma? —dijo muy bajo, metiéndose la cajita con el anillo de compromiso en uno de los bolsillos—. Si no quieres casarte lo entiendo, lo que me rompe las pelotas es que me eches la culpa de esto. Yo estoy listo ahora, esta fue mi decisión, pero es una que ciertamente no repetiré… Así que vete a la m****a.
Y Elliot le dio la espalda y salió del restaurante como un huracán, porque si algo no iba a permitir era que la mujer que más amaba en el mundo se diera cuenta de que lo había destrozado con una sola palabra.
—¡Mierda! ¡Está perdido! —Fueron las únicas palabras que escuchó Elliot antes de sentir el golpe del agua helada caer sobre su cuerpo.Abrió los ojos y se levantó bruscamente para encarar a su gemelo, pero el jarrón estaba en manos de su padre, así que solo lanzó un gruñido por lo bajo.—¿Se puede saber desde cuando estás bebiendo? —siseó Andrew Davies con un tono que los estremeció a él y a su hermano.—Depende, ¿qué hora es?—¡No te me pongas chulo, Elliot! —Se molestó su padre—. Llevamos dos horas esperándolos en el aeropuerto a Emma y a ti, sabes que tenemos un evento muy importante. ¿Por qué ninguno de los dos coge el maldito teléfono…?Andrew se interrumpió cuando su otro hijo le golpeó el brazo con el dorso de l
—Elliot… ¡Elliot!Elliot optó por abrir los ojos antes de que le vaciaran un cubo de agua fría encima, pero cuando se sentó en la cama, vio que su hermano estaba solo.—¡Joder, estás muy crecidito para que ande salvando tu trasero! —gruñó Richard—. Levántate, la ceremonia va a empezar en media hora y papá ya está con cara de infarto porque tú no apareces.Elliot se restregó los ojos.—¿Qué hora es? —preguntó aturdido.—Las cuatro de la tarde. ¡Vamos, levanta! —lo apuró su gemelo mientras le entregaba una cerveza helada y dos aspirinas.Elliot refunfuñó con fastidio y se tomó las pastillas, vaciando media cerveza de un tirón.—¡Mierda, estuve durmiendo la mona todo el día! —Y encima el dolor de cabeza lo esta
—¡Elliot! —Andrew intentó que se callara antes de que ofendiera todavía más a Sohan, pero la voz segura de Kali se alzó primero.—¡Yo no voy a casarme con este, pero ni por una maldita equivocación! —exclamó girándose hacia su padre.La verdad era que no quería casarse con nadie, y estaba más que segura de que aquel hombre tampoco quería casarse con ella, pero no supo exactamente qué fue lo que notó cuando Elliot Davies la tomó con fuerza del brazo y la acercó a él.—¿Entonces para qué demonios te metiste en mi cama anoche? —gruñó Elliot con aspereza, y el reflejo de aquellos ojos grises regresó a él como un flashazo, perdiéndose entre gemidos.—No te confundas, no todo fue culpa mía, muñeco —siseó ella forcejeando para solt
Sohan clavo sus ojos en Elliot con una expresión que variaba entre la sorpresa y la indignación. Su mano se había cerrado con fuerza sobre su muñeca, impidiéndole golpear a Kali, y había puesto a la muchacha detrás en él en un solo movimiento.—No. —Lo escuchó decir con aspereza—. No me pida que respete su cultura si usted no va a respetar la mía. Y en la mía no se golpea a las mujeres.Sohan se liberó de su agarre con un gesto exasperado, pero no replicó.—¿Ya tomaste una decisión?La mandíbula de Elliot se tensó en una línea perfecta y poderosa y tragó en seco antes de responder.—Le ofrezco una disculpa por lo que sucedió anoche. Estoy dispuesto a asumir la responsabilidad por mis actos —dijo mientras su familia contenía la respiraci&oacu
Sonreír.Saludar.Volver a sonreír.Elliot tenía ganas de cometer un genocidio en aquella boda. Al menos Kali podía seguir con su mala cara, porque el velo la ocultaba, pero él tenía que fingir ante cincuenta personas que toleraba aquello de alguna manera.Cuando por fin el cura pronunció el detestable: «Los declaro marido y mujer», Elliot creyó que nada, absolutamente nada podría rebasar el desastre de esa noche… sin embargo estaba equivocado.Se bebió un golpe el tercer trago de whisky y miró al fondo del vaso, como si allí hubiera alguna respuesta. A su alrededor la gente se movía, bailaba, conversaba, pero él se sentía como si estuviera entumecido.Cerca del fondo del jardín, Kali volvía a discutir con su padre, y esta vez ¿por qué no? también con su madre. La mujer mayor pareci&oa
CAPÍTULO 6.Se habría podido pensar que a la familia de Kali le provocaría alguna emoción verla marcharse, pero la verdad era que actuaban como si estuvieran librándose de un problema. A Elliot le molestó mucho aquello, especialmente porque se había convertido en «su» problema.Kali sintió una extraña punzada de dolor mientras se subía en aquel avión. Había pasado toda su vida queriendo escapar de allí, pero la expresión en los rostros de sus padres al verla marcharse no era algo que a ninguna hija la hiciera feliz. Había pasado su vida rodeada de familiares, pero la dura realidad era que jamás se había sentido querida. Y ahora se iba a otro país, bajo la mano de un hombre diametralmente opuesto a su padre, pero con igual habilidad para herir.Se sentó al fondo del avión, alejada de todos, y se hizo un ovillo en
El cabello le rozaba la curva descendente del trasero. No era cuadrado, sino que parecía afinarse, como una condenada flecha apuntando a todo lo que Elliot juraba que no quería.El cristal de la ducha, ahumado por el vapor del agua caliente, apenas si le dejaba ver algo más que la silueta de su cuerpo, pero eso era suficiente para ponerle el corazón a latir como si fuera un caballo desbocado.La sensación de rozar su piel le cosquilleaba en las palmas de las manos, como si el recuerdo regresara, tentador y perfecto. La sensación de haberla besado, de haber estado dentro de ella. Era como si su cerebro se llenara de aquellas imágenes en el momento justo.Él la odiaba, pero su cuerpo era un traidor de mierd@ al que le gustaba recordarle que aquella mujer era una tentación mojada sobre la que quería estar de nuevo.—¡Maldición! —gruñó y vio volver la
Kali se puso el sari más sencillo que tenía y entre ella y Valeria empacaron al menos media docena de trajes para llevarlos al estudio. Valeria la vio hacer ademán de colocarse de nuevo el velo y sonrió.—Ya lo sé, los viejos hábitos son difíciles de eliminar… pero dame tiempo… ya me acostumbraré —suspiró Kali.—En realidad quiero pedirte algo —dijo Valeria pensativa.—Claro, dime.—¿Puedes llevarlo siempre delante de mi hermano? Es que no quiero que te vea… —«Todavía», pensó Valeria.Kali asintió mientras se lo colocaba.—No hay problema, igual no tenía ninguna intención de enseñarle mi rostro. Al parecer siente un placer especial en llamarme fea, y prefiero eso a que encuentre una cosa que sí me lastime.Valeria se puso l&