—¿Entonces puedo volver a la oficina?—, pregunto, como la cobarde que soy, porque nunca puedo decirle que no y una parte de mí siente curiosidad por saber qué tiene planeado.
—Sí. —Me guiña un ojo, ¡joder!, me guiña un ojo.
¿Cómo podría negarme? Es irresistible.
—¿Este es tu plan? —Me subo las gafas de sol hasta la nariz.
—Sí, un paseo por la playa te ayudará a desestresarte y relajarte.—
—No estoy haciendo castillos de arena.—
—Yo tampoco. Pero lo que vamos a hacer —saca dos botellas de agua de la parte trasera de la limusina y se las da a Jenkins— es caminar, relajarnos y charlar. Pero no de trabajo. Del móvil. —Extiende la palma de la mano y hace un gesto con los dedos para que le dé algo.
—No te voy a dar mi número de celular.—
—Dáselo a Jenkins entonces. Aquí tienes el mío. —Le pasa el móvil a Jenkins—. Vamos a desconectar del mundo digital.
—Nunca estoy sin mi teléfono.—
—Y ese es parte de tu problema, William —dijo, ladeando la cabeza en señal de desafío y sonriendo con satisfa