—Nada —dijo, aclarando la garganta y frotándose la punta de la nariz antes de levantar el portátil de la mesa—. Simplemente creo que no se puede afirmar con total seguridad que todas las personas a las que representamos, ahora o en el pasado, sean o hayan sido buenas personas. —Lentamente, se dirigió a la puerta—. No siempre. —Su voz era mucho más débil ahora, y había dolor en sus ojos, y algo más que no alcanzo a descifrar, algo que detesto.
Ella oculta bien su dolor, y desde que supe que perdió a su familia en un accidente de coche, me carcome por dentro. Quiero saber qué pasó, pero no creo que me lo cuente. Al menos no fácilmente.
Enderezo la espalda, segura de a quién representamos. —Todos los días, mientras crecíamos, mi padre nos hacía recitar a mis hermanos y a mí nuestros valores fundamentales y nuestro código ético. Nos lo inculcó desde pequeños. Todo lo que hacemos aquí en Hart Law se rige por las normas y hacemos todo lo posible por cumplir la misión de mi padre: brindar un