AMADA ESPOSA ¡PERDÓNAME!
AMADA ESPOSA ¡PERDÓNAME!
Por: Jeda Clavo
Capítulo 1. Una traición

—Señora Del Pino, está usted embarazada —expresó el doctor y Erika pasó en un minuto por diferentes expresiones, primero, sorpresa y luego una explosión de alegría.

—Pellízqueme doctor, necesito saber que esto es real — dijo Erika emocionada ante la noticia del médico.

—Sin necesidad de hacer aún el eco, puedo decirle que es real, la prueba lo confirma y por la fecha que dice que tuvo su última regla, tiene usted un embarazo de ocho semanas… más bien me pregunto cómo fue que usted no se dio cuenta antes.

—Es que siempre he sido irregular y aunque me hice unas pruebas caseras, no quería ilusionarme hasta estar segura. ¿Sabe lo feliz que me siento? Después de cinco años de matrimonio, por fin voy a darle a mi esposo el hijo que tanto ansía.

—Sí, me imagino que su esposo, el señor Del Pino, estará feliz.

—Sí, tomaré esta prueba y la colocaré en un sobre que voy a colorear y decorar de mi propia mano para dársela de regalo de cumpleaños, es hoy. Estará feliz.

—Si quiere a eso, puede agregarle un ultrasonido que pienso hacerle en este momento.

—Gracias, doctor, en verdad no tengo cómo agradecerle por esta noticia y por su atención médica durante todo este tiempo.

Le hicieron el eco y al terminar le dieron la imagen, de inmediato se fue a su casa, o mejor dicho a la de la familia de su esposo, donde estaba la madre esperando como una arpía.

—¿De dónde vienes? —preguntó la mujer en tono grosero, sin siquiera saludarla, cómo si Erika tuviera que darles explicaciones.

—Buenas tardes, señora Pierina, espero esté bien, yo también me encuentro muy bien —dijo la más joven con una sonrisa.

—¿Te hice una pregunta? —exigió.

—Discúlpeme, pero no tengo por qué darle explicaciones de donde he estado, en su momento se lo diré a mi esposo.

—Eres el peor error que cometió mi hijo, debí oponerme a esa boda, no eres más que un vientre seco… cinco años de casados y ni siquiera has podido quedarte embaraza… no sé qué vio mi hijo en ti… debió fijarse en tu hermana, ella si es una chica decente, sana y mucha más mujer que tú —la insultó la mujer dejando en evidencia su resentimiento.

Erika se sonrió como si las palabras de la mujer no le afectaran en lo más mínimo, solo esperaba sentarla de nalgas cuando supiera que iba a darle un bebé a Julián.

Sintió un poco pesar en su corazón, porque desde que su esposo y ella se casaron su suegra había sido como una piedra en el zapato, la insultaba cuando estaban a solas y mientras estaban en presencia del hijo se comportaba espectacular, aunque también cada vez que tenía oportunidad, sembraba la duda en su hijo porque no había podido dar a luz.

Bordeó a la señora que estaba atravesada como un mojón, pensó sin poder contener la risa, mientras la otra rabiaba del enojo.

—¿Acaso te estás riendo de mí? —espetó furiosa.

Y Erika para hacerla rabiar más le dijo con un suave tono de voz.

—Hay una diferencia querida suegra —expresó con sarcasmo—, entre reírme de usted a

reírme con usted.

Sin esperar respuesta subió la escalera cuando recibió un mensaje del celular de su esposo.

“Mi amor, aunque el cumpleañero soy yo, te invitaré por hoy a una cena para dos en el Hotel Imperial, en la habitación 503, te espero a las ocho sin falta”.

Ella no pudo evitar reírse de la felicidad, le pareció que ese sería el momento perfecto para darle las buenas nuevas de su embarazo, luego recibió otro mensaje aclarándole algunos puntos y suspiró feliz.

Buscó materiales, hizo el sobre y metió la prueba casera, la de sangre ambas positivas y el primer eco de su bebé. Luego se dedicó a una sesión de belleza mientras esperaba ansiosa la hora de la cita.

Faltando media hora aún, decidió adelantarse a la cita, no podía con la ansiedad.

Salió con el porte de reina y elegancia que sabía que tenía, aunque su suegra no quisiera reconocerlo, para su alivio durante su salida no la vio, subió al auto y como el hotel estaba cerca de la casa en cinco minutos estaba allí.

Bajó del auto y sin anunciarse se dirigió al ascensor, con los dedos temblorosos, mirando el teclado de los pisos. Estaba nerviosa, pero también impaciente.

El mensaje de su esposo, Julián, decía que la estaba esperando para celebrar su cumpleaños. Este día era especialmente feliz para ella, porque quería compartir con él después de años de tratamiento médico: que estaba embarazada, justo después de un mes de haber regresado de su viaje a Europa.

Su corazón latía aceleradamente cuando el ascensor comenzó a subir. Inhaló profundamente intentando calmarse. Era el momento que ella había esperado tanto tiempo. Todo era perfecto.

Cuando llegó al piso, caminó hacia el pasillo con pasos firmes. El mensaje de Julián decía que la puerta estaría abierta. Erika asió la perilla, y al abrir enseguida escuchó unos gemidos. Se sobresaltó, frunciendo el ceño. ¿Qué estaba pasando ahí?

Cuando caminó de la sala a la habitación, sus ojos casi salen de sus órbitas, vio a su propia hermana, de rodillas, en la cama, acostada encima de Julián, su esposo.

Se quedó paralizada, su corazón dejó de latir. Era como si el mundo se hubiera detenido, y todos sus sueños se hubieran desvanecido. Había sido traicionada.

Su hermana se giró y solo sonrió con malicia, ni siquiera intentó cubrirse. Julián permanecía allí solo gimiendo mientras Elisa se movía encima de él.

Una arcada vino a su garganta, los miró fijamente una vez más por un momento, tratando de comprender lo que pasaba. Pero no había nada que entender, todo estaba tan claro.

Una lágrima solitaria cayó de sus ojos. Algo dentro de ella cambió para siempre. Entonces se giró, cerró la puerta detrás de sí, sin decir una palabra, salió de allí y desapareció por el pasillo, sin mirar ni una vez atrás mientras sentía su mundo derrumbarse encima.

«Hay puñales en las sonrisas de los hombres; cuanto más cercanos son, más sangrientos». William Shakespeare.

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