Se levantó como si nada hubiese pasado, se sentó en la mesa de centro, me miró fijamente mientras pasaba su dedo de enmedio por sus labios, luego lo metió a su boca y lo chupo un poco, bajo por sus senos y los rozó, siguió bajando y cuando llegó a su vagina, abrió sus piernas, subió ambos pies a la mesa y colocó una de sus manos detrás de su espalda como punto de apoyo.
Inició un juego bastante tortuoso sobre su clítoris, sus movimientos eran suaves y circulares, su pecho subía y bajaba, su cabeza iba hacía atrás y sus gemidos me hacían agonizar y presionarme para que mi erección llegará nuevamente.
—Eres increible Ana. —Su sonrisa ladina y traviesa eran lo único que necesitaba.
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