03

—Fecha de nacimiento —exige saber Eric sin dejar de mirarla fijamente.

Es un desafío y Diana lo recita perfectamente.

—3 de noviembre del 2005.

Es la misma fecha solo que dos años antes que la verdadera. Lo ha ensayado durante dos semanas. Puede ver a Eric realizando los cálculos mentalmente hasta que hunde el entrecejo.

—¿Estás trabajando?

—Sí.

Para su sorpresa, él no pregunta dónde es que trabaja. Es un alivio para ella no tener que usar esa mentira y hundirse en el barco aun más.

A los dieciséis años, Diana había obtenido el bachillerato sin el conocimiento de su tío. Le había costado algo de esfuerzo y un puñado de firmas falsificadas en las que se había vuelto demasiado buena, pero logró conseguirlo. Los siguientes dos años ella dedicó cada hora que habría estado en la escuela a trabajar debajo de la mesa en un trabajo que odiaba. Sin embargo, cada billete que escondió en casa fue guardado, escondido y creciendo hasta convertirse en un salvavidas al que se aferraría en sus sueños. El comienzo de su salida.

Había planeado desaparecer cuando cumpliera dieciocho años, tomar el dinero y huir, pero luego la despidieron del trabajo.

Se había ido a casa con la cabeza repleta de planes inconclusos. Se convenció  de que encontraría otro trabajo, todo estaría bien. O perdería la cordura de lo contrario.

Su tío había estado esperando en la puerta. Había pasado por la escuela para recogerla, queriendo sorprenderla con una tarde libre. La culpa retrasada por la noche de tres días antes, cuando se había emborrachado demasiado otra vez, se convirtió en el monstruo que a la luz del día pretendía no existir. Cuando no encontró a Diana, se enfureció. Fue todo lo que pudo hacer para convencerlo de que había faltado a la escuela y que simplemente había pasado el día fuera.

Él había cedido. Había aprendido que la culpa era algo poderoso y cruel. Algunos días lo empujaba a un lugar de autodesprecio tan profundo que arremetía contra cada parte del mundo que lo rodeaba. Con demasiada frecuencia, Diana era la única que podía contener los pedazos de su ira. Otras veces permanecía, un recordatorio de intentarlo, de hacerlo mejor. Ese tipo de culpa normalmente desaparecía en aproximadamente una semana. Podía ver en sus ojos que no le creía del todo, que su tío empezaría a hacer preguntas pronto. Había trabajado demasiado para mantener las respuestas cuidadosamente apiladas.

Ella necesitaba una salida. Un lugar donde esconderse hasta que se acabara el calendario y su tío perdiera todo derecho legal sobre ella. Un anuncio olvidado había parecido su única opción. Ahora, sentada aquí, enfrentando una mirada fría sin nada más que mentiras para construir, Diana no está tan segura.

—¿Ninguna alergia?

Diana niega. Eric ha vuelto a concentrarse en el papel, su mirada no se levanta del todo, pero capta el movimiento mientras escribe. Él se recuesta, con los brazos cruzados sobre el pecho en una postura que es bastante intimidante. Marco ha estado en silencio, dejando que Eric haga lo suyo, pero ahora pasa junto a su hermano para tomar su café. La diferencia entre los dos es asombrosa.

Marco es extrovertido, natural y se mueve con una facilidad perezosa. Eric es de piedra. Lo opuesto, con camisa y pantalones negros.

Le hace algunas preguntas más, antes de clavarle una mirada.

—Habría ciertas reglas. Se esperaría que mantuvieras limpias las áreas generales. Haces lo que quieras con tu habitación, pero mantén la puerta cerrada. No hay ruidos fuertes después de las diez —continúa Eric, enumerando algunos más en tono inmóvil.

Marco está detrás de él, sorbiendo su café y poniendo los ojos en blanco. Las reglas no son algo con lo que ella se sienta incómoda.

—Es muy justo.

Él parpadea hacia ella, poco impresionado. Suspira abruptamente, descruzando los brazos mientras guarda las manos en sus bolsillos. Le lanza una mirada a Marco.

—Eso es todo lo que tengo que preguntar. Haré que Marco se comunique contigo pronto para comunicarte nuestra decisión.

Diana se pone de pie, comprendiendo que acaban de despedirla.

—Eh, por supuesto.

Diana odia la forma en que su mirada permanece fija en ella, evaluándola distantemente mientras le entrega a Marco su correo electrónico; es el que usa para trabajar. El que su tío no conoce.

Marco le sonríe como si nada, antes de acompañarla a salir.

—Sobreviviste, mi amor. Si todavía lo quieres, me aseguraré de que la habitación sea tuya —le guiña un ojo antes de despedirse de ella y regresar a su apartamento.

°•

Eric tensa la mandíbula y mira a su hermano en cuanto este regresa.

—Esta es una idea terrible.

Marco levanta las manos.

—No jodas. ¿Qué problemas puede causar? Es tranquila y callada. Se ve una buena chica.

—No me importa si es buena chica, Marco. Me importa que no aparente la suficiente edad para vivir sola. Y mucho menos para vivir aquí con dos hombres adultos.

Marco pasa junto a Eric, obligándolo a girarse en medio de su declaración, lo cual Marco sabe que su hermano mayor odia hacer. A Eric le gusta enfocarse en una cosa a la vez.

—Te refieres a un joven apuesto (yo) y a un viejo anticuado (tú) —se burla Marco, aunque Eric no sea realmente un viejo—. Hermano, dijo que tiene veinte años.

—Pues no los aparenta —espeta Eric.

Marco se detiene, observando a su hermano. Eric no solo está en contra, actúa como si es la peor idea que jamás ha escuchado.

—Mira, tú fuiste quien dijo que necesitábamos un compañero de cuarto. Te redujeron las horas y yo tengo que ocuparme de mis clases.

—Sí. —La barbilla de Eric se arquea con irritación cuando Marco intenta darle la espalda—. Pero esperaba...

Deja de hablar, exhalando un suspiro frustrado. Siente los ojos de Marco sobre él, esperando palabras que le cuesta encontrar.

—Esa chica no me gusta —declara Eric rotundamente—. No confío en ella.

Marco se encoge de hombros, toma una revista, se deja caer en el sofá y apoya los pies en la preciosa mesa de café de Eric.

—Yo sí.

Puede sentir a Eric mirándole los pies y, después de un segundo, Marco los retira de la mesa. Le gusta meterse con su hermano, pero sabe que ese tipo de cosas realmente le molestan. Obedientemente, limpia cualquier suciedad imaginada que sus calcetines puedan haber dejado.

—Nadie más ha respondido al anuncio. Si queremos alquilar la habitación, tendremos que dársela a Diana.

Silencio y luego el suspiro de Eric. El que dice “esto no me gusta, pero qué otra salida hay”.

Marco saca su teléfono.

—Díselo —se rinde Eric.

Marco ya estaba escribiendo el correo electrónico.

°•

Diana contiene la respiración mientras revisa su teléfono.

 

Ha aprendido a permanecer quieta. Para tomar sorbos superficiales de oxígeno, un movimiento tan leve que apenas se nota. La supervivencia se lo enseñó. Pasar desapercibida. Inadvertida. Respirar sin sonido.

 

El correo electrónico de Marco es breve pero optimista. Ella puede tener la habitación, ¿cuándo quiere mudarse? La respuesta de Diana ha sido una frenética arremetida de esperanza. Ni siquiera lo saluda, ni le da las gracias, simplemente escribe cuatro palabras y presiona enviar antes de que sus pulgares la traicionen.

 

«¿mañana es demasiado pronto?»

 

Ahora está esperando una respuesta, ojos fijos en la pantalla, actualizando la página en un flujo constante hasta que el correo electrónico de Marco aparece en negrita en la parte superior.

 

«mañana es perfecto! mi hermano o yo estaremos aquí todo el día, ven cuando quieras»

 

Diana cierra el mensaje y elimina los correos electrónicos automáticamente. Sus pensamientos giran demasiado rápido y su corazón late demasiado lento. Puede hacer esto. Lo está haciendo. Su mirada vaga sin pensar, recorriendo lentamente su vieja habitación. Hay recuerdos grabados en las paredes, rastros de pecados en el piso. Un día más y nunca volverá a ver este lugar.

 

Es imposible dormir. Es una tontería intentarlo. Su tío se levanta a las seis. Diana se esconde en su habitación hasta que oye la puerta principal cerrarse treinta minutos después. Espera el sonido del motor del camión, el chirrido de los neumáticos sobre la carretera, la pausa de silencio. Entonces Diana se pone en marcha.

 

Todo está en su cabeza. Encuentra cada cosa de su lista imaginaria. Este es un sueño que siempre ha practicado detalle por detalle. Está tranquila. Ella no olvidará nada. Sus manos no tiemblan.

 

En cierto modo, es una bendición lo poco que su tío le permita tener. Empacar es fácil. Los artículos de primera necesidad, maquinilla de afeitar y champú. Su ropa es lo siguiente. Diana busca en el fondo de su armario y saca la pequeña pila de ropa cuidadosamente doblada. Ropa bonita e intacta que había comprado gradualmente (en ventas de garaje o tiendas de segunda mano) con una parte específica de su sueldo. Ropa que su tío nunca manchará con esas sucias manos.

 

Sí, es una cantidad lamentable de pertenencias cuando termina. Diecisiete años reducidos a una maleta gastada y unas cuantas cajas marrones. Saca un saco de dormir del estante de su armario. Ignora su almohada; muchas lágrimas se secaron allí.

 

Está lista. De pie en su dormitorio, rodeada de ecos de recuerdos que jura dejar atrás.

 

Le envía un mensaje a una compañía de taxis y su teléfono vibra cuando llega el suyo. Su tío podrá ver los mensajes, pero Diana también tiene un plan para eso.

 

Restablece su teléfono a la configuración de fábrica y lo arroja sobre la cama vacía.

 

Le da al chófer una dirección completamente equivocada y espera silencio hasta que él la deja salir en un hotel al otro lado de la ciudad. Justo enfrente hay un teléfono público.

 

Después que el taxi se aleja, Diana llama a una línea privada de carros. A este le da la dirección del edificio de apartamentos. Puede parecer un poco extremo, pero Diana prefiere recorrer toda la ciudad y no darle una oportunidad a su tío.

 

Diana carga todo hasta el ascensor en varios viajes de ida y vuelta, mientras un hombre de mantenimiento observa con total desinterés.

 

Es un esfuerzo incómodo y frustrante sacar todo del ascensor y recorrer el pasillo. Diana está roja e irritada cuando se para frente al C10. Pero se desvanece. Todo se desvanece.

 

Lo ha logrado.

 

Esta vez golpea dos veces, sintiéndose mucho más avergonzada de lo que debería cuando la puerta es abierta de golpe por un sonriente Marco.

 

—Dios, muñeca. Eres veloz. —Él toma la caja de sus brazos sin siquiera preguntar, moviéndose con una facilidad que pone a Diana un poco celosa. Ya quisiera ser tan fuerte.

 

Sigue a Marco al interior, dejando que el aire fresco y limpio calme sus sentidos. Marco se dirige directo a su habitación, hablándole por encima del hombro.

 

—Eric ya está en el trabajo. Menos mal. Es mucho más divertido vivir conmigo. —Él le envía una sonrisa descarada mientras abre la puerta del dormitorio—. ¿Aquí está bien?

 

—Sí.

 

Sus pies siguen a Marco de regreso al pasillo. Él coge dos de las cajas, dejando una pequeña y el saco de dormir.

 

—¿Entonces el resto está abajo o...? —pregunta Marco, sacudiéndose el polvo de las manos mientras deja las cajas.

 

Diana niega con la cabeza.

 

—Es todo. Gracias, Marco, por ayudarme. No era necesario.

 

—¿Pero esto no puede ser todo? —Él mira las pocas cajas como para enfatizar su punto.

 

Diana se muerde el labio.

 

—Pues es que no tengo muebles... todavía. Probablemente conseguiré algunos.

 

Él asiente fácilmente ante su respuesta, aceptándola tanto si la encontrara extraña como si no.

 

—¡De acuerdo! Dejaré que te instales. Grita si necesitas algo.

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