Alice cerró la puerta de la oficina de Dalton con un clic suave, asegurándose de tener privacidad suficiente para hablar con total discreción. Las cortinas pesadas que cubrían las ventanas ahogaban la luz de la mañana, dejando solo el resplandor tenue de la lámpara del escritorio. Con manos firmes, marcó el número que solo podía usar en casos de emergencias absolutas.
El teléfono sonó dos veces antes de que una voz grave y familiar respondiera al otro lado.
—Hablemos, Alice. —No hubo saludos innecesarios. El Vicepresidente ya sabía que esta llamada no era social.
—Es Samuel. —Dijo Alice, sin rodeos. —Alfa no está muerto. Está en su cabeza, a través de los nanos.
Un silencio cargado de tensión se produjo en la línea y luego, el sonido de unos dedos golpeando rítmicamente el escritorio se oyó lejanamente.
—¿Cuánto control tiene? —Inquirió en tono severo
—Por ahora, solo voces. Pero anoche casi...— La voz de Alice se quebró apenas —Casi lastima a Gabriel.
Otro silencio llenó la línea